El 15 de noviembre de 1575, Francis Drake, al mando de cinco naves, partió en un viaje de circunvalación, aunque la verdadera razón de este periplo era hostigar las posesiones españolas en el imperio donde nunca se ponía el sol. A tal fin, la reina Isabel I le había concedido patente de corso y las naves habían sido armadas por nobles y personajes de la corte dispuestos a apostar su dinero al servicio de “el Draque”, como le decían los españoles.
Drake quería repetir la hazaña de Magallanes y Elcano que habían emprendido 58 años antes. Se suele afirmar que la de Drake fue la segunda circunvalación, aunque en realidad fue la tercera ya que, en 1525, apenas 4 años después de su arribo, el mismo Juan Sebastián Elcano junto a Francisco José García Jofre de Loaisa partió del puerto de la Coruña para repetir la proeza que el mismo navegante había logrado concluir con apenas 17 supérstites.
Sin embargo, esta nueva empresa tuvo tan poca fortuna que Elcano murió de escorbuto y su tripulación fue capturada por los portugueses cuando surcaban el Pacífico. De allí es que se la da por fallida …lo que no siempre se dice es que nueve compañeros de Elcano y Loaisa fueron liberado de su cautiverio y volvieron por el Cabo de Buena Esperanza a España completando así la vuelta al mundo por segunda vez, aunque en forma tan accidentada que todos los cronistas suelen obviarla.
La expedición de Drake tampoco comenzó con suerte porque el mal tiempo lo obligó a volver a Plymouth, el puerto del que había partido. Por tal razón para muchos historiadores su periplo comenzó el 13 de diciembre.
Por tres años navegaron los tres océanos, atacaron a siete puertos costeros en tierras del imperio, abordaron 13 naves españolas logrando un botín extraordinario de £250.000 (una cifra semejante a los ingresos de lo recaudado por la corona británica en un año). Algunos armadores que proveyeron los fondos para esta travesía, lograron incrementar su inversión original en un 5.000%, incluida la reina Isabel, quien además recibió al corsario oficialmente en su nave y lo nombró caballero con un puesto en el Parlamento. Drake, además de compensar regiamente la inversión de la reina, le obsequió a Isabel una preciosa diadema de esmeraldas que había robado de una nave española y , que aún se exhibe en el Victoria and Albert Museum de Londres.
Pero aún faltan tres años para este glorioso retorno de una sola nave, la capitana, originalmente llamada Pelican y que fuera bautizada como The Golden Hind durante el trayecto.
Curiosamente, la mano derecha del futuro Sir Francis era una persona de color, un ex esclavo llamado Diego, que el mismo Drake había capturado durante una incursión a Panamá. El tal Diego hablaba fluidamente tanto español como inglés y le sirvió lealmente al corsario hasta su muerte.
Al atacar la nave Santa María (a la que rebautizó Mary cuando la incorporó a su flota ) se hizo de mapas españoles y de un piloto portugués, Nino da Silva, quien fue de suma ayuda para acceder a puertos y surcar mares que Drake desconocía.
Su principal problema, además del escorbuto, las tormentas, las clamas chicas, el calor insoportable y el frío polar, la resistencia de los hispanos, la hostilidad de los nativos y las enfermedades tropicales, fue la constante oposición del capitán de una de las naves de expedición, Thomas Doughty quien desde el inicio se opuso al mando del “el Draque”, cuestionó sus decisiones y acusó al hermano del Sir Francis de robo.
La hostilidad entre los hombres creció, fogoneado por Thomas Drake, y desembocó en el nombramiento de Doughty como capitán del Susan, la nave más pequeña de la expedición, nombramiento que fue considerado un insulto y desató la abierta insubordinación de este último. Drake lo acusó de sedicioso y al hermano de Doughty “de brujo y envenenador”.
Llegados al puerto de San Julián, en el actual territorio argentino, Drake también los acusó de traición y los hermanos fueron sometidos a juicio.
La improvisada corte de marinos lo condenó por amotinamiento mas no por traición. Drake exigió que le fuese aplicada la pena de muerte por considerarlo peligroso para el éxito de la misión. Curiosamente, la ejecución se llevó a cabo en el mismo lugar en el que Magallanes había ultimado a los amotinados de su expedición medio siglo antes.
La noche antes del desenlace fatal, Drake y Doughty comieron y bebieron juntos brindando por el éxito de la expedición y la larga vida de la Reina Virgen. Al día siguiente Doughty fue decapitado…
El viaje continuó su curso por los traicioneros mares del sur hasta que el Golden Hind pudo acceder al Pacífico. Se dice que Drake fue el primer ingles en surcar ese océano que, hasta entonces era una especie de “Mare nostrum” hispano.
En realidad, no fue el primer ingles porque en la expedición de Magallanes había viajado un artillero de origen británico, que no tuvo la fortuna de concluir el viaje, pero sí de conocer al Océano Pacífico.
En las costas de Chile y Perú, “el Draquez” y los suyos se dedicaron a hacer lo que tenían planeado desde un comienzo, depredar a las ciudades costeras españolas donde los ingleses se hicieron de un preciado botín.
Después de saquear Valparaíso, Drake capturó varias naves españolas entre las que se destacaba Nuestra Señora de la Concepción, de la que sustrajo 36 kilos de oro y 26.000 kilos de plata, además de piedras preciosas. Se calcula que a moneda de hoy equivaldrían a 10 millones de dólares.
Curiosamente, después de tomar posesión de la nave, el inglés invitó a los oficiales y a los nobles a una cena donde todos platicaron alegremente y poco después los liberó con un salvoconducto para que pudiesen volver a su país de origen sin ser molestados.
En la isla de Mocha fueron atacados por los mapuches quienes lograron herir a Drake y a Diego y capturar a otros dos tripulantes. Diego nunca se terminó de recuperar de sus heridas y meses después falleció.
Para evitar encuentros con naves hostiles, la expedición navegó hacia el norte y llegó a California, de la que tomó posesión en nombre de Inglaterra bajo la denominación de Nueva Albión.
De California navegaron a las islas Molucas, conocidas como las “islas de las especies”, aditamentos muy requeridos –y bien pagos– en la cocina europea porque ocultaban el gusto rancio de las carnes que a veces se veían obligados a comer.
Con la nave cargada de riquezas, Drake no estaba dispuesto a involucrarse en nuevas contiendas, su prioridad era volver a Inglaterra y por tal razón se dirigieron al Cabo de Buena Esperanza, costeando territorio africano.
A medida que se acercaban a Inglaterra las dudas empezaron a asaltar tanto a Drake como a los 59 hombres que habían sobrevivido a estos 3 años de aventuras y zozobras, de descubrir un nuevo mundo, de navegar mares desconocidos, tener contacto con nuevas civilizaciones ajenas a sus costumbres y conocer animales exóticos, desconocidos como esas “aves que no podían volar”, los pingüinos que poblaban los mares del sur.
Ahora la pregunta que los atormentaba era: ¿cómo serían recibidos? ¿Serían héroes o pendía sobre sus cabezas una orden de captura como seguramente habían pedido los españoles? ¿Seguiría reinando Isabel, o acaso Mary, la reina de los escoceses, había ascendido al trono?
Las dudas se despejaron cuando se cruzaron con unos pescadores ingleses que se mostraron asombrados del retorno con vida de Drake y los suyos a quienes muchos ingleses daban por muertos. Se alegraron al saber que Isabel aún era reina y que, personalmente, acudió a Plymouth a recibir a Francis Drake, a quien proclamó caballero, un caballero pirata que había sembrado pánico y destrucción del otro lado del mundo rapiñando posesiones españolas.
Drake había vuelto a Inglaterra con un botín extraordinario capaz de comprar cualquier indulto y perdonar todos los excesos cómo la muerte de Doughty. Su éxito y las riquezas obtenidas empujaron la codicia de sus coetáneos quienes se lanzaron al pillaje en los mares con la bendición de la corona. A través de las patentes de corso, Inglaterra compensaba la falta de una flota que no estaba en condiciones de sostener.
Fue así como personajes como Ralph Fitch, Walter Raleigh y James Lancaster se lanzaron a la conquista de tierras lejanas (este último creó la Compañía de las Indias Orientales).
Si bien el rey Felipe II de España pidió la captura y castigo del pirata inglés, éste fue protegido por la reina, pero el fracaso de otras misiones encomendadas le granjeó la antipatía real. Después de siete años en tierra le fue concedida otra misión para hostigar a las colonias españolas. Sabía que era la última oportunidad que tenía para rehabilitarse ante los ojos de Isabel, pero su campaña fue un fracaso. Murió de disentería y su cuerpo, según se cuenta, fue arrojado al mar en un sitio llamando “Nombre de Dios”, nombre que Drake, el pirata, invocó más de una vez en vano durante sus tropelías.
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