Roger Keith Barrett nació en Cambridge en enero de 1946. Pierde a su padre a los 12 años, y conoce en la escuela secundaria a Roger Waters y David Gilmour, con quienes se uniría años más tarde. Atraído por la música incursiona en el ukelele y el banjo, pero encuentra en la guitarra el instrumento ideal para desarrollar su creatividad. Al terminar la secundaria estudia Bellas Artes en Londres, pero el dibujo y la pintura van cediendo terreno ante sus incursiones en diferentes grupos musicales, como The Holdering Blues y Geoff Mott and the Mottos.
Mientras tanto Roger Waters, que estudia arquitectura en Londres, conoce a Nick Mason y a Richard Wright, con quienes forma un grupo que cambia muchas veces de nombre (desde Sigma 6 hasta The Architectural Abdabs, pasando por varios más). Necesitados de creatividad, invitan a Syd Barrett y a Bob Klose (guitarrista de formación jazzera) a integrarse al grupo. Y resulta que Barrett despliega en ese entorno muchísimas ideas atrayendo al resto hacia su mundo, a la vez cósmico y barroco. El afán de Barrett por innovar constantemente es incontenible; eso hace que Klose abandone el grupo más temprano que tarde ya que no puede ni quiere seguir su línea creativa.
Barrett sugiere cambiar el nombre de la banda: The Pink Floyd Sound, que luego derivaría en Pink Floyd, nombre inspirado en dos bluseros de Georgia, Pink Anderson y Floyd Council. La banda cambia de estilo, pasando de un rhythm and blues a una psicodelia progresiva, con largas composiciones que van más allá de cualquier modelo conocido y letras sobre gnomos, astronautas y personajes “under” que van construyendo un repertorio absolutamente original.
En 1966 las actuaciones de Pink Floyd en el Marquee Club la transforman en la banda más representativa del underground londinense. Ya con sus primeros managers (Andrew King y Peter Jenner) la magnitud de los conciertos de Pink Floyd va creciendo en la búsqueda de un “espectáculo total” que lleve al público a un conjunto de impresiones sensoriales, con sonido cuadrafónico, burbujas giratorias, pantallas de cristal líquido, shows de luces y proyecciones de “El Perro Andaluz” de Buñuel o de filmes underground de New York.
Barrett escribe temas con letras extrañas como “Arnold Layne” y “Candy and the currant bun”; la prensa lo bautiza como “The Sorcerer’s Apprentice” (El Aprendiz de Brujo), y la banda sigue grabando temas que duplican la apuesta. “Syd tenía una manera única de mezclar los temas. Tenía que vivir cada pasaje del tema. No hacía nada si no le parecía que tenía forma artística; era un creador, siempre muy exigente consigo mismo.”
A mediados de 1967 Barrett tiene su primera crisis de paranoia avanzada y se refugia en la casa de su madre en Cambridge. Haciendo esfuerzos por superar dicha crisis, Barrett vuelve a reunir al grupo y se encierran en un lugar alejado para grabar el primer álbum de la banda: “The Piper at the Gates of Down”. El disco es casi por completo obra de Barrett (y sin el “casi”), quien también hace el dibujo de la contratapa. A fines de ese año hacen una gira por la costa oeste de EEUU, y el público (más acostumbrado por entonces a Jefferson Airplane o Grateful Dead) percibe en Barrett un oscuro magnetismo, una atracción irresistible, tan inquietante como provocadora.
Esta primera gira americana termina de destruir el precario equilibrio psíquico y emocional de Barrett, quien se desmorona poco a poco, replegándose sobre sí mismo. En las siguientes presentaciones aparece en el escenario y permanece en él en una especie de éxtasis ausente, mirando fijamente hacia la nada. Comienza a dejar de presentarse a ensayar, se va en medio de los conciertos y su lucidez creativa se va transformando en una incoherencia tras otra.
A mediados de 1968, el disco “A Saucerful of Secrets” verá su última participación creativa. Sus compañeros no se imaginan el futuro sin Syd Barrett, que es su cabeza pensante, guitarrista, cantante y compositor de casi todos los temas e la banda; es por eso que le proponen que se acople al grupo cuando tenga ganas de tocar y que mientras tanto se dedique a componer. Pero la alteración emocional de Barrett ya parece irreversible.
En esas condiciones, Pink Floyd necesita un nuevo guitarrista. Waters propone a David Gilmour, su antiguo compañero en la secundaria en Cambridge, quien también es amigo de Syd desde aquella época. Así, durante dos meses Pink Floyd cuenta con cinco integrantes, con Barrett incluido. Dice Gilmour: “Syd y yo éramos amigos cuando teníamos quince años y nuestra amistad duró hasta los diecinueve o veinte. Después, Syd ya no tuvo más amigos. Creo que es un genio, como lo creen todos los demás. Pero está clínicamente loco. Y no es cuestión de drogas; simplemente, está demente. Es muy triste para quienes lo conocemos bien. Tiene las reacciones más imprevisibles. Es capaz de componer las canciones más extraordinarias y tocar de manera deslumbrante, pero a esta altura eso ya es casi imposible. Ya le resulta imposible también subir a un escenario, su último tiempo con el grupo fue catastrófico. A veces llegaba y rasgueaba la guitarra durante horas sin siquiera poner su mano izquierda sobre el puente de la guitarra.”
También en 1968, Stanley Kubrick quería que Pink Floyd compusiera la música para la escena del monolito de su película “2001, Odisea del espacio”. Consideraba que su música “tenía el poder de evocar la angustia de las profundidades siderales”. Se encuentra con Roger Waters en un bar de Londres para explicarle su proyecto. A Waters le encanta la idea y queda en contestarle. Unas semanas después Waters llama a Kubrick por teléfono y le dice que no quería hacerle perder el tiempo y que se olvidara del asunto.
–¿Puedo saber por qué, señor Waters? –preguntó Kubrick.
–Porque el que escribía esa música de ciencia ficción ya no está con nosotros, esa es la razón.
–¿Y no se lo podría traer de regreso?
–Me temo que no, señor Kubrick, porque ahora se encuentra exactamente ahí, delante del monolito de su película (vale recordar que en la escena mencionada, hay un grupo de monos alterados que rodean e inspeccionan el monolito).
En el verano de 1969, imposibilitado de comunicarse y expresarse coherentemente, Barrett deja un día el estudio de grabación y ya no regresa. Andrew King, el manager, va detrás de él, convencido de que el grupo no podrá seguir sin Syd.
La productora discográfica impulsa (más bien presiona) a Barrett a que grabe un disco solista que se llamará “The Madcap Laughs”. Le proporcionan músicos para acompañarlo, pero Barrett es incapaz de cumplir los compromisos y desaparece nuevamente. Gilmour y Waters quieren recuperar a su ex-compañero y lo ayudan a terminar los temas del disco en tres días; de no lograrlo, la productora no renovará el contrato de Syd. Waters y Gilmour trabajan a destajo, graban las bases y luego llaman a Barrett para que haga las partes de guitarra. El disco finalmente aparece en 1970, y es una expresión musical de Barrett aunque con una simpleza no acostumbrada en él. La discográfica le renueva contrato por un año y le exige otro disco.
En noviembre del 1970 aparece “Barrett”, su segundo disco solista. En este caso, Waters y Gilmour se hacen cargo desde el comienzo de la grabación del álbum y además lo producen, poniendo dinero de sus bolsillos. La grabación atraviesa muchísimos inconvenientes ya que Barrett está enclaustrado en su casa en Cambridge y no quiere salir. Mientras Syd pinta y compone en su casa, el “culto a Barrett” se extiende por Inglaterra, aunque ese segundo disco solista no tiene éxito.
Una mañana de principios de 1971, Waters y Gilmour se reúnen con Barrett en un bar. Roger y David charlan, Syd está como ausente. “Bueno, vamos” dicen Roger y David. Suben el auto y emprenden el camino. Al rato, Syd dice “este no es el camino del estudio de grabación…”. Sus amigos no contestan. Lo llevan a una institución psiquiátrica. No duraría mucho tiempo allí.
Después de su alejamiento, Pink Floyd cae en una pérdida de identidad musical que sólo se recuperaría con la influencia de Waters y el impresionante “Dark Side of The Moon” (1973), que entregaría el nuevo sonido del grupo y que sería reconocido por el público. La presencia inmanente de Barrett resulta gravitante en la historia de Pink Floyd; se manifiesta claramente por primera vez en “Brain damage”, tema que forma parte de “The Dark Side of The Moon”. Sus ex-compañeros Waters y Gilmour cargan de alguna manera con el triste final de Syd en el grupo; su sombra ha seguido presente sobre ellos.
En 1975, un gordo con la cabeza rapada y las cejas afeitadas entra al estudio durante la grabación de “Wish You Were Here”. Da un pequeño rodeo y se sienta en una butaca al fondo del estudio, en una zona de penumbra. Su expresión es ausente y el hombre se queda allí sentado durante horas. Nadie lo reconoce hasta que Andrew King se da cuenta de que es Syd Barrett. Enajenado, irreconocible, su presencia es inquietante. Roger Waters, quien ha compuesto “Shine On You Crazy Diamond” dedicado a él, recuerda: “cuando vi a ese tipo calvo, gordo y chiflado y me di cuenta de que era Syd, me puse a llorar.” David Gilmour dice: “es difícil de creer que puedes estar en una habitación durante un buen rato con alguien que fue tu amigo cercano durante años y no reconocerlo. Pero puedo asegurarlo, ninguno del grupo lo reconoció. Vino dos o tres días y no volvió.”
Syd Barrett continuó su vida en la casa de su madre, en Cambridge, mirando televisión y regando el jardín. Contrajo diabetes y cáncer de páncreas, causa final de su muerte en 2006.
Acostumbrado a buscar algo más que inspiración en el LSD y el alcohol, con el agregado de su temperamento enfermizo y autodestructivo y su afán por experimentar con todo tipo de drogas, la aparición de una esquizofrenia hizo que Barrett fuera hundiéndose en un estado progresivo de locura que terminaría separándolo de sus compañeros definitivamente. Nunca fue aclarado de manera taxativa qué variedad de esquizofrenia padeció Syd Barrett; los síntomas oscilaban entre una variedad inespecífica y la paranoide, que parece haber sido la predominante.
Sobre Syd Barrett se ha generado un mito, ese falso argumento que supone que el espíritu necesita entrar en turbulencias para manifestar su arte. Las drogas, el alcohol, los excesos y la fama habrán hecho su parte y hasta pueden haber sido factores disparadores para que Syd Barrett perdiera el rumbo. Pero la esquizofrenia es inexpugnable, no se puede escapar de ella; tarde o temprano aparecerá en la vida de quien está marcado, consuma drogas o no. El aislamiento y el silencio que lo envolvieron durante años han contribuido a aumentar el misterio que lo rodea, agregándole rasgos al torturado personaje de Syd Barrett.
Es que, como siempre, muchas leyendas se construyen a partir de personajes marcados por la tragedia.