René Robert Cavelier (1643-1687), señor de La Salle, era hijo de un acaudalado comerciante de Ruan. Aunque estudió con los jesuitas, se ordenó sacerdote y se dedicó a la docencia, no debe confundirse con Jean-Baptiste (1651-1719), sacerdote nacido en Reims.
Liberado de sus votos por “debilidad moral”, René Cavelier se dedicó a la exploración de los territorios franceses al otro lado del Atlántico, especialmente la zona de los Grandes Lagos. De hecho, bautizó una isla cerca de Montreal como “La China”, por su deseo de llegar hasta el lejano oriente, donde pensaba enriquecerse y dejar atrás a los acreedores que lo atormentaban.
Durante sus exploraciones en tierra americanas descubrió la naciente del río Ohio pero no llegó al Misisipi, que sería hallado tres años más tarde por Louis Jolliet (1645-1700), quien además de explorador y comerciante, era músico.
René Cavalier fue el primer europeo en navegar los Grandes Lados, aunque no siempre lo acompañaba la fortuna, perdió naves, se ahogaron algunos de sus hombres y extravió varias miles de valiosas pieles. Pero nada parecía mermar las ambiciones de este hombre quien bajó a lo largo del río Saint Joseph, hasta alcanzar en Kankakee, la parte más septentrional de la cuenta del Misisipi. Mientras La Salle volvía a reaprovisionarse, uno de sus hombres, Louis Hennepin, continuó rio abajo y contó a sus compañeros que había llegado a la desembocadura del Misisipi en el Golfo de Méjico. Nadie creyó esta historia, más cuando había pasado un tiempo prisioneros de los sioux.
Este relato encendió la imaginación de La Salle quien trató de ganar el favor del rey Luis XIV. Primero lo quiso impresionar con su dominio de las lenguas nativas (que desconocía), en segundo lugar, la descripción de las riquezas del lugar y, por último, y esto es lo que le interesó al Rey Sol, que por el Misisipi Francia podía acceder a las colonias españolas. De allí es que surgieron los fondos para esta expedición, cuyos territorios fueron tomados en nombre de Francia y recibieron el nombre de Louisiana en honor al monarca.
Cuatro naves y trecientos colonos zarparon de Francia en julio de 1684 con la intención de establecer una colonia en el Golfo de Méjico sobre la desembocadura del Misisipi. El comienzo no pudo ser menos propicio ya que fueron atacados por piratas. Así perdieron una nave y otra se hundió en la bahía de Matagorda.
Las otras embarcaciones, incluyendo “La Belle”, su nave capitana, se hundió en el lado de las costas de Texas. Para buscar la desembocadura del Misisipi debieron continuar a pie en una zona inhóspita por el clima, las alimañas, los insectos y los nativos. A lo largo de dos años marcharon sin mapas ni rumbo, orientados por la “desorientación” de La Salle, sin vituallas ni municiones. Era natural que sus hombres se revelaran ante esta sucesión de desventuras.
Uno de los rebeldes, un tal Pierre Duhaut, asesinó a La Salle en una emboscada. A su vez, Duhaut fue muerto y su victimario también fue ultimado. El cuerpo de La Salle nunca fue hallado. En la siguiente semana a la desaparición física de jefe de esta expedición, hubo varios muertos por venganzas cruzadas entre los colonos franceses. Los pocos sobrevivientes fueron capturados por los Karankawa. De estos veinte adultos y cinco niños nunca se supo cuál fue su destino, aunque se adivine un siniestro final.
En 1995 se hallaron los restos de “La Belle”, y en los años siguientes se localizaron otras naves al igual que los restos del Fort Saint Louis en Texas.
A pesar del rotundo fracaso, el nombre del Señor de La Salle se ha difundido en varias partes de América, desde Canadá a Texas, de Francia a Ontario y ha servido para nombrar colegios, hoteles y automóviles, aunque sus expediciones hayan sido un fiasco y su liderazgo lejos de ser ejemplar.
“El cielo le ha rehusado el éxito” fue el comentario final de uno de los biógrafos de La Salle, símbolo del fracaso de la colonización francesa en tierras norteamericanas.