Pedro el grande de todas las Rusias, lo era grande en altura como en maldad. Una sola virtud equilibraba sus inequidades: la sed de conocimiento. Consciente de sus propias limitaciones y las de su país, en 1697 emprendió la llamada “Gran embajada” de Europa en búsqueda de aliados para pelear contra los otomanos. También quería sacar a su país del gran atraso en el que vivía y para ello se sentía en la obligación de cultivar a su persona y a su corte.
Gran parte del viaje lo hizo bajo el seudónimo de Pierre Mijáilov y se hacía pasar por un sargento de su guardia. No solo cultivó el arte y las actividades plásticas, como era un hombre evidentemente práctico, se interesó en la fabricación de barcos, en la herrería y la construcción en general, pero también tenía una voraz curiosidad por la anatomía, la medicina y especialmente la odontología.
De incognito visitó bibliotecas y asistió a conferencias. Trabajó como un “simple” operario en un astillero y envió a 50 jóvenes de buena familia a estudiar todo lo relacionado con la navegación a Inglaterra y a los Países Bajos.
Pedro debió interrumpir este viaje por una revuelta de los boyardos que aplacó sin piedad. Más de 100.000 personas murieron en esta contienda, algunos ejecutados por el mismo zar.
Volvió a Europa en 1716 y en Holanda tomó clases con el célebre anatomista Frederik Ruysch, quien había formado una interesante colección de preparados de malformaciones, un tema que le fascinada al zar.
Los preparados de Ruysch, hechos en colaboración con su hija, tenían la particularidad de cultivar una particular estética caracterizadas por posiciones grotescas y hasta macabras de los esqueletos, que eran del gusto del zar. Al doctor le compró toda su colección de anatomía y un jardín botánico que albergaba raras especies traídas de distintas partes del mundo.
Cuentan que durante una clase de anatomía del Dr. Ruysch, unos acompañantes del zar realizaron comentarios que no fueron del agrado de su majestad. Éste, alterado por la falta de atención de sus súbditos, dispuso una sanción que nunca habrían de olvidar y obligó a los infelices comentaristas a comer parte del preparado anatómico. Ninguno se resistió a la orden impartida bajo la fría mirada del zar.
Además de la colección Ruysch, también compró el gabinete de Caballeros de Utrecht, el Ashmolean Museum en Oxford, la Kunstkámera de Dresden y la del emperador Leopoldo I de Austria.
Otro interés de Pedro era la odontología, arte que cultivaba no solo con fines terapéuticos sino como una forma de disciplinar a los miembros más díscolos de la corte a quien el zar, en persona, extraía la pieza dental –obviamente sin anestesia–.
En esta segunda tournée, también visitó Inglaterra, donde se interesó en el funcionamiento del Parlamento, que encontró demasiado “democrático” para sus revoltosos súbditos. En Londres alquiló Sayes Court, un palacio en el que el zar se alojó con 4 mozos, 3 intérpretes, un cocinero, un médico, un sacerdote, 6 trompeteros, 70 soldados tan altos como el zar, 4 enanos y un mono. A pesar de ser este un viaje educativo, no se hizo tiempo para conocer ni a sir Isaac Newton, ni al arquitecto Christopher Wren o al astrónomo Edmund Halley. En cambio, conoció a William Penn y Thomas Story, representantes de los cuáqueros, secta que suscitó interés en el monarca, quizás por su docilidad, ya que estaba acostumbrados a lidiar con súbditos más revoltosos. William Penn era el latifundista más grande del mundo, dueño de grandes áreas en América, entre ellas, la zona que pasó a llamarse Pensilvania. En una carta que Penn dirigió al zar, le recomendó “si vas a gobernar bien, deberás hacerlo en nombre de Dios”. ¿Siguió el consejo de Penn?
El zar y su numerosa comitiva se encargaron de convertir a Sayes Court en algo muy parecido a un chiquero. Cuando después de seis meses el zar y los suyos se retiraron habían roto 50 sillas, varios muebles, cientos de ventanas y 30 cuadros. Ni el precioso jardín se salvó de la furia destructiva de los rusos. Así y todo, 500 ingleses entraron al servicio del zar.
También visitó a Francia dónde tuvo en brazos al futuro Luis XV. Si bien no pudieron hacerse alianzas para combatir a los otomanos se cultivaron vínculos muy estrechos que perduran hasta la fecha y han convertido al presidente Macron en un importante interlocutor ante Putin (quien a todas luces sigue el ejemplo de Pedro).
Cómo ya dijimos, el zar compró gran parte de la colección Ruysch, 300 ejemplares para ser más precisos que, según cuentan, no llegaron en sus mejores condiciones por lo accidentado del viaje y por la voracidad etílica de los marineros quienes bebieron hasta el alcohol que conservaban las piezas .
La colección del Dr. Ruysch fue expuesta en el Kunstkammer Museum a escasos metros del Palacio de Invierno, en San Petersburgo. A la puerta de la sala que lleva el nombre del médico holandés, dentro de este museo (el más antiguo de Rusia, que acumula 200.000 piezas de antropología y etnografía), se exhibe un becerro de dos cabezas. Al lado de esta curiosidad de la naturaleza, junto a otras piezas de malformaciones de seres humanos, el zar Pedro el grande hizo colocar un cartel que dice: “Dios no tiene nada que ver con esto”.