De Mussolini a Hitler, pasando por de Gaulle, Franco, Perón, Nasser, Eisenhower y Kennedy respetaban a este hombre de 1.94 cm con una cicatriz que le cruzaba el rostro –secuela de los duelos juveniles–. Otto Skorzeny era el jefe de los comandos de la SS, famoso por haber rescatado a Mussolini del Hotel Gran Sasso para convertirlo en líder de la República títere de Saló. Después de éxito notable, Skorzeny pasó a ser el hombre preferido de Hitler para operaciones. Gracias a su enérgico accionar logró que el almirante Horthy, referente del gobierno húngaro no se pasase al bando soviético. También lideró el contrataque alemán durante la batalla del Bulge. En esa oportunidad se corrió el rumor que el mismo Skorzeny estaba viajando a París, vestido de oficial norteamericano, para asesinar a Eisenhower. El rumor sembró de pánico entre las filas aliadas que redoblaron la vigilancia del general en jefe. Entonces la prensa no dudó en llamarlo “el hombre más peligroso de Europa”. Haciendo honor a ese nombre, el Führer también le encomendó matar a Josip Broz “Tito”, objetivo que no logró por pocos minutos.
Cuando el avance ruso se hizo incontenible, Hitler no dudó en solicitarle a Skorzeny y sus comandos volar algunos puentes para contener a los soviéticos. Su heroico accionar le mereció una nueva condecoración y ascenso. Entonces lo envió a contener a los aliados que también cruzaban los puentes hacia el corazón de Alemania. Allí tuvo menos suerte y algunos de sus buzos tácticos murieron congelados. Finalmente, el Führer le encomendó cuidar su famoso Werwof, el refugio en los Alpes, pero cuando llegó se enteró que su jefe se había quitado la vida. Por un tiempo, Skoerzeny optó por refugiarse en las montañas hasta que decidió entregarse a los norteamericanos. Y aunque parezca una exageración, acá comienza la historia más espectacular y menos difundida de este nazi convertido en un participe secreto de la Guerra Fría.
Los aliados lo acusaron de querer matar a Eisenhower, cargo que negó enfáticamente porque –dijo con una pizca de soberbia– no se lo ordenaron. De habérsele ordenado lo hubiese asesinado sin más…. sencillamente, esa orden no existió.
Por último, debió sortear el cargo más peligroso que era el de haber usado uniformes norteamericanos tras las líneas enemigas, acto que había reconocido y razón por la cual muchos de sus hombres habían sido fusilados en el acto. Fue entonces cuando Yeo-Thomas, la legendaria Rata Blanca –el comando inglés más conocido de la Segunda Guerra– se presentó en la corte, espontáneamente, y reconoció que él también había usado uniformes alemanes para despistar al enemigo. Después de unos minutos de silencio, Yeo-Thomas se dirigió hacia donde estaba Skorzeny y le hizo el saludo militar. No sería la ultima vez que ambos se verían porque lo que las autoridades estaban preparando era su incorporación a una fuerza anticomunista que se construía a las sombras pensando que en breve estallaría una Tercera Guerra Mundial entre Occidente y la Unión Soviética… pero esta contienda nunca llegó a la furia desatada que todos estos hombres habían vivido.
Un 25 de julio de 1948, Otto Skorzeny acomodó lo mejor que pudo su extensa humanidad (como ya dijimos, medida 1.94 cm) en el baúl del comandante de la prisión donde estaba preso y huyó a encontrarse con su esposa y esconderse de los rusos que lo buscaban desesperadamente para saldar algunas cuentas. Desde entonces formó parte de la misteriosa organización fundada por el general Reinhard Gehlen, base del futuro servicio secreto alemán y arma más exitosa de Occidente durante la Guerra Fría, con miles de agentes infiltrados en la Unión Soviética que, de otra forma, hubiesen terminado juzgados y/o condenados en Núremberg.
Después de una breve permanencia en Francia y establecerse como hombre de negocios en España, Otto Skorzeny viajó a Buenos Aires donde conoció a Perón y ofició de guardaespaldas de su señora, a la vez que visitaba a ex camaradas refugiados en el país. En 1957 compró una propiedad en Irlanda pero sus vecinos nada querían saber de este nazi fugado y el país le negó el visado permanente, no así España donde se granjeó la amistad del ala más recalcitrante del franquismo y llevó adelante una vida rumbosa gracias a los múltiples negocios que hizo con Hjalmar Sachts –ex presidente del Reichsbank–, a quien había conocido en prisión. Al parecer, toda su actividad comercial era una fachada para hacer lo que mejor sabía: entrenar personas para infiltrarse en campo enemigo y, si era necesario, matar.
Skiorzeny logró la inmunidad vitalicia gracias a un pacto con el Mossad israelí al asistirlo a conjurar el peligro de cohetes que Nasser estaba construyendo en Egipto con la asistencia de expertos alemanes.
Hombre meticuloso ,dejó un archivo –ya que pensaba hacer el guión para una película de Hollywood sobre su tumultuosa existencia– en manos de un albacea español, Luis María Pardo. Muerto Skorzeny, Pardo vendió estos papeles al mejor postor, un ex mayor norteamericano llamado Ralph P. Ganis. Éste, en su libro The Skorzeny papers, vincula al célebre nazi con el asesinato del presidente Kennedy, comenzando con la extraña coincidencia que el juez norteamericano que exculpó al comando de Hitler en 1946, Jesse C. Duvall –a quien Skorzeny le había regalado una daga en una caja de marfil después del juicio– tuvo unas entrevistas con el abogado de Lee Harvey Oswald y con Roy Pike, un empleado de Jack Ruby, el dueño de un cabaret que mató frente a miles de personas al asesino del presidente. Uno de los presentes en ese momento fue el capitán Jean Rene Souetre, un mercenario francés que había trabajado para Skorzeny en Algeria y que fue “deportado” de Estados Unidos 48 horas después del asesinato de Oswald, acusado, a su vez, de haber atentado contra el general Charles de Gaulle, el 22 de agosto de 1962.
También Skorzeny fue contratado por la CIA para eliminar tanto a Fidel Castro como a Ernesto “Che” Guevara después de haber derrotado al gobierno de Batista.
Su actividad anticastrista debió ser interrumpida para evitar que los vitales suministros de uranio del Congo cayeran en manos comunistas. El 17 de enero de 1961, el presidente Patrice Lumumba fue capturado, torturado y ejecutado por un equipo liderado por Skorzeny.
¿Y por qué Kennedy? El presidente y sus relaciones sexuales que podrían rebelar el “escandalo de Bobby Baker” activaron a la CIA y a su leal y eficiente “administrador” Otto Skorzeny, quien puso en marcha a sus hombres entrenados para resolver el problema con un equipo de anticomunistas rusos (que contactaron a Oswaldo como chivo expiatorio), agente de la CIA, hombres de la mafia, de negocios y este misterioso capitán Souette hombre que actúa como nexo del ex comando alemán y los que disparan.
Skorzeny murió de cáncer en 1975 en su casa del Viso, su cuerpo fue cremado y las cenizas del “hombre más peligroso de Europa” enterradas en el panteón familiar en Döbling, Viena. En su último trayecto una multitud lo saludó a las cenizas de Skorzeny con sus brazos derechos en alto.
Para algunos, Skorzeny fue un héroe, para Churchill un militar astuto, para otros un nazi arrogante y para Efraim Zuroff, el jefe del centro Simon Wiesenthal, “simplemente una mierda”.
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