Anna Eleanor Roosevelt pertenecía a una de las familias más prominentes de los Estados Unidos, era la sobrina del presidente Theodore Roosevelt y se casó con un pariente lejano, Franklin Delano Roosevelt. Cuando su marido fue electo presidente se convirtió en la trigésima cuarta primera dama del país.
Su infancia no fue fácil, quedó huérfana antes de los 15 años, edad en la que también perdió a un hermano. Su madre murió de difteria y su padre, un alcohólico, se suicidó. Su matrimonio tampoco fue muy feliz por la intromisión de su suegra en la vida de la pareja y la infidelidad de su marido. Estas desavenencias la hicieron tomar la decisión de iniciar una carrera política propia. “De algún modo aprendemos quiénes somos realmente y después vivimos con esa decisión”, escribió en uno de sus muchos artículos.
Gracias a esta determinación fue una activista de los derechos humanos que impulsó la creación de planes sociales en los duros años de la Gran Depresión. Como escritora promovía la igualdad de oportunidades de las mujeres en el plano laboral, político y social. También fue una defensora de los derechos de los afroamericanos. Cuando a la cantante de color Marian Anderson se negó al uso de la Sala de la Constitución, Eleanor la acompañó a su presentación en el Monumento de Lincoln, en protesta por la discriminación que había sufrido esa artista.
En 1921, Franklin fue víctima de la poliomielitis, Eleanor lo cuidó y probablemente su atención le haya salvado la vida. Fue ella quien, a diferencia de su suegra, instó a su marido a continuar con su carrera política. Él reconoció su ayuda y aunque la proclamó su heroína, decía que era “una rara esposa…”. En uno de sus muchos libros, Eleanor escribió “el amor es el fuego purificador que conocen los que aman generosamente”.
Si bien apoyó a su marido a lo largo de los 12 años que duró su presidencia, era excepcional que cohabitaran en la Casa Blanca.
Durante sus años como primera dama en más de una oportunidad actuó como vocero de la Casa Blanca y escribió una columna diaria llamada My Day (Mi Día) desde 1935 hasta 1962. Su tarea como escritora y conferencista le ganó prestigio y dinero. En un momento, los medios le pagaban lo mismo que el sueldo anual de su marido como presidente. La mayor parte de esas ganancias las donaba para caridad.
Muchos de sus proyectos sociales como el “American Youth Congress” y el “Arthurdale” fueron condenados como “comunistas y utópicos” por el ala más conservador de la sociedad norteamericana. Sin embargo, para su marido, Eleanor se convirtió en los “ojos y oídos” del New Deal, el pacto social que sacó a los Estados Unidos de la Gran Depresión y ella apoyó con pasión.
Cuando estalló la guerra, Eleanor quiso viajar a Europa para trabajar en la Cruz Roja, pero fue disuadida por los peligros que ese proyecto entrañaba. En este contexto bélico protagonizó un cortometraje llamado Mujeres en la Defensa donde explica cual debía ser el rol femenino durante la contienda. El film concluye con una declaración de la primera dama: “el hogar y la crianza de los hijos siempre será la primera línea de defensa de los Estados Unidos”.
En 1942 y 43 viajó extensamente tanto por Inglaterra como por el Pacífico llevando un mensaje de aliento a las tropas en los frentes de batalla, tarea que a su marido, dada su discapacidad, le era difícil de llevar adelante.
Por otro lado, no tenía una buena relación con Churchill y miraba con malos ojos la amistad que había crecido entre su marido y el primer ministro ingles. “Parecen niños jugando con soldaditos”, se le escuchó decir.
Su gran tarea, aquella que le franqueo la admiración del mundo, la hizo después de la muerte de Franklin (en esa circunstancia se enteró que los momentos finales de su existencia los había pasado con su amante de la juventud, Lucy Mercer).
En diciembre de 1945, el presidente Harry Truman la nombró delegada ante las Naciones Unidas donde se convirtió en directora de la Comisión de los Derechos Humanos. De esta comisión, en 1948, salió la declaración que la inmortalizó: “La libertad exige mucho de todo ser humano. Con la libertad llega la responsabilidad”.
Junto al nutricionista australiano Frederick L. McDougall fue iniciadora de la FAO (Food and Agricultural Organization) creada con el propósito de eliminar el hambre del mundo.
John F. Kennedy apoyó su candidatura a las Naciones Unidas para crear un cuerpo de paz. En la oportunidad dijo: “Vamos a morir juntos o aprender a vivir juntos. Y si vamos a vivir juntos, tenemos que hablar“.
Anna Eleanor Roosvelt figura entre las mujeres más admiradas del siglo XX y a su muerte la bandera americana se izó a media asta. Su existencia fue controvertida, nunca evitó el debate y defendió sus ideales con perseverancia e inteligencia. La huérfana, la activista, la política, la diplomática y primera dama nunca se dio por rendida porque, como dijo: “La vida es lo que tu haces de ella. Siempre ha sido y siempre lo será”.
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