Otto Warburg podría haber muerto en un campo de concentración o en una de las innumerables “razzias” que hacían las autoridades nazis para arrestar a gente que ocultaba su ascendencia judía.
Sin embargo, Otto Heinrich Warburg que pertenecía a una distinguida familia de ese origen que se remontaba hasta el renacimiento, no se escondía, y hasta gozaba de la protección del régimen, porque encabezaba la guerra contra el cáncer que el régimen había declarado secretamente, porque una de sus víctimas podría ser el mismísimo Hitler.
Los ancestros de Warburg eran judíos portugueses que en el año 1500 se habían afincado primero en el ghetto de Venecia y después en Alemania, más específicamente en Warburg (cercana al limite con Holanda) y adoptaron el nombre de esta ciudad que adoptaron como propio. En Hamburgo fundaron un banco que llevó el apellido de la familia.
El padre de Otto, Emil, era un distinguido profesor de física en Berlín quien se había convertido al protestantismo y casado con una mujer que profesaba la misma religión. Otto se crió en un medio académico. Era habitual que en su casa Einstein ejecutase el violín o Max Planck tocase el piano mientras Walther Nernst disertase sobre historia de la música. Otro se recibió de bioquímico en 1906 en la Universidad de Berlín e hizo su doctorado en Heidelberg. Tres años más tarde ingresó al centro de investigaciones más prestigioso de Alemania, el Kaiser Wilhelm Institute, la meca de la ciencia mundial donde se dedicó al estudio de la fisiología celular, en un laboratorio de investigación que recibía el aporte de la fundación Rockefeller. Esta fundación permaneció ligada de por vida a Otto Warburg, a pesar de las guerras que separaron Alemania y los Estados Unidos.
En este marco académico Warburg publicó 508 artículos y cinco libros que en más de una oportunidad lo hicieron acreedor de figurar como candidato del Premio Nobel.
Durante la Primera Guerra participó como voluntario, fue médico del ejército y también fue herido en acción siendo condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase.
En 1918 una serie de científicos (entre los que se encontraba Einstein) solicitó que Warburg fuese dado de baja del servicio activo para retomar sus investigaciones sobre el cáncer.
Investigador infatigable, introdujo muchas herramientas científicas como la metodología de análisis gaseoso, un manómetro que lleva su nombre, un espectrofotómetro y distintos procedimientos para medir el metabolismo celular, especialmente la química de la respiración celular y proceso de oxidación y reducción de las células normales y cancerosas. Justamente gran parte de su prestigio se basa en el anormal metabolismo de las células cancerosas y su excesivo uso de azucares conocido como el efecto Warburg (o glucolisis anaeróbica en los tumores).
El descubrimiento de las encimas respiratorias celulares lo catapultó a su primera nominación al Premio Nobel, en 1924, aunque debería esperar a su concesión en 1931 por sus estudios en “la transferencia de oxigeno por las células”. También fue uno de los descubridores de la fotosíntesis de las plantas.
Cuando los nazis accedieron al poder en 1933, impusieron sus “leyes raciales” con las que desplazaron de sus puestos de trabajo de miles de profesionales judíos o de ancestros de ese origen. Entre ellos había algunos investigadores prominentes como Fritz Haber, premiado también con el Nobel en 1918 ,por la síntesis de amoniaco que había revolucionado el campo de los fertilizantes y también por el desarrollo de los gases venenosos usados por Alemania durante la Primera Guerra .El desarrollo de esta terrible arma levhabía valido el reconocimiento del mismísimo Kaiser, pero el rechazo de su esposa que se suicidó y la enemistad con otros científicos que no aprobaron el desarrollo de esta guerra de gases . A pesar del servicio prestado a Alemania durante la guerra y la recomendación de Max Planck a Hitler para que considerara a Haber como una excepción a la normativa racial, el mismo Führer se había resistido a hacer una excepción. Haber murió poco después en Basilea en su viaje hacia Palestina donde le habían ofrecido la dirección del Instituto Sieff.
Sin embargo, Otto Warburg, un solterón que vivía con su fiel asistente y colaborador, Jacob Heiss (una relación que algunos sostienen que era homosexual, es decir criminal a los ojos de los nazis) fue exceptuado de esta disparatada disposición que privó a Alemania de algunas de sus mentes más brillantes. ¿Por qué esta excepción?
Muchos familiares de Warburg pudieron huir de Alemania, pero su tío, el Dr. Betty Warburg murió en Sobibor, su prima Helen en Auschwitz, y otra prima, María, en el centro de eutanasia de Brandenburg.
Las leyes raciales lo clasificaban con “Mischling” (un mestizo con 50% de origen judío). Sin embargo, Hermann Göring reconsideró personalmente el árbol genealógico de Warburg y determinó que no tenía suficientes ancestros de esa religión para ser incluído en las reglas raciales. “Yo voy a decidir quien es judío y quien no lo es” declaró lacónicamente el jerarca nazi. De hecho, tres hermanas de Warburg tampoco fueron afectadas por estas disposiciones y hasta se casaron con miembros de la alta sociedad alemana.
Parece ser que, entre las particulares fobias de Hitler, vegetariano, abstemio y que no fumaba (una antípoda de Winston Churchill), estaba un temor patológico al cáncer (oncofobia). El Führer había sido operado de un pólipo laríngeo y aunque este resultó ser benigno, el temor a que se repitiese o tuviese algún tipo de malignidad fue uno de los factores que mantuvieron a Warburg inmune a la furia racial.
Poco antes de la guerra había declarado: “En breve recibiré otro Premio Nobel porque voy a resolver el problema del cáncer”. Warburg era el general de una guerra secreta de los nazis contra las atipias celulares …
Por los doce años que duró el régimen nazi, Warburg trabajó sin ser molestado. Vivía en el Kaiser Wilhelm Institute y se dedicaba a sus tareas seis días a la semana.
Su colaborador (y también Premio Nobel) Hans Krebs, famoso por el ciclo que lleva su nombre, decía: “La intención de Warburg de “diluir” su sangre judía haciendo un pacto con los nazis, le creó una serie de problemas con sus colegas de otros países”. Su tácita aceptación de las normas racistas que incluían el desplazamiento laboral de sus colegas no fue bien vista y su silencio lo hacía cómplice de los nazis. Aunque en algún momento se temió que fuera suspendido en sus funciones del Kaiser Wilhelm, la estrecha relación que mantenía con dos altos mandos de la SS, Viktor Brack y Phillipp Bouhler, le permitió continuar con sus tareas a pesar que en algún momento criticó al régimen (circunstancia que solo le costó una amonestación). Después de la guerra, su actividad se suspendió apenas unos días cuando los rusos tomaron Berlín. Al poco tiempo reiniciaba su actividad dando conferencias por el mundo.
A pesar de su acomodado vínculo con el régimen nazi, su membresía a la “Royal Society” de Londres nunca fue revocada y en 1965 recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Oxford y además de la orden “Pour le Mérite” del gobierno alemán.
¿Acaso Warburg puede ser considerado un colaboracionista?
Muchos notables científicos alemanes como Max Planck tuvieron una actitud ambivalente, de continuar con sus actividades con alguna queja aislada, algún acto de medida rebeldía, consientes de lo que pasaba a su alrededor (y más aún en el caso de Warburg cuando era su propia familia la que sufría las consecuencias).
Warburg no llevó adelante experimentos inmorales, ni se valió (como otros científicos) de personas cautivas como conejillos de Indias. Durante los años del régimen publicó 105 artículos y terminada la contienda fue autor de otros 190 trabajos y tres libros.
Los nazis obviaron sus ancestros, su probable homosexualidad y su tímido anti nazismo, y Warburg siguió siendo el líder de los estudios anticancerosos –la carta en la manga que tenían en caso de que Hitler o sus secuaces fuesen víctimas del cáncer–. La sociedad rápidamente olvidó sus “pecados de omisión” y la fundación Rockefeller continuó aportando dinero para sostener las investigaciones de este hombre al que señalaban como encantador, culto, trabajador y aunque excéntrico, polémico, vindicativo, inmodesto y difícil de dar su brazo a torcer que no aceptaba criticas ni sugerencias.
En los últimos años de su vida continuó su incansable trabajo sobre fotosíntesis y metabolismo en células cancerosas. Hasta el final de sus días sostuvo la idea que el problema del cáncer residía a novel energético y que el 80% de las atipias podían ser evitadas disminuyendo los niveles de sustancias carcinógenas. Para él los tumores podían evitarse con una vida sana y la administración de vitaminas como la tiamina (B1). Warburg se convirtió en el ejemplo de sus propios postulados llevando una vida sistemática, practicando deportes –especialmente equitación–, cultivando sus propios vegetales, criando sus pollos y bebiendo agua de fuentes no contaminadas.
“La verdad es más probable que provenga de un error, si este es claro y definitivo, que posiciones confusas o ambivalentes. Mi experiencia me ha enseñado que es mejor sostener una opinión clara e inteligible que demuestra ser errónea, que contentarse con una mezcla de ideas conflictivas y que pueden ser imparciales pero a veces no son mejores que no tener opiniones”.
La muerte de su querida hermana Lotte lo devastó. En 1969 sufrió una fractura de cabeza de fémur que se complicó con una trombosis venosa que lo llevó a la muerte por embolismo pulmonar.
Fue enterrado en el cementerio católico de Dahlem en Berlín.