A lo largo de 16 años George Metesky (1903-1994) colocó no menos de 33 bombas en distintos lugares públicos de New York, ocasionando lesiones a 15 personas. Este personaje desató una de las búsquedas más prolongadas en la historia del crimen y el caso fue resuelto por un psiquiatra quien estableció las pautas del perfilamiento de los asesinos seriales. Esta es la historia del loco del saco cruzado.
Metesky era electricista, de ascendencia checa pero nacido en EEUU, quien después de servir en el ejército fue empleado de Consolidated Edison. En 1931 a causa de la explosión de una caldera, sufrió un accidente que le produjo daño a su sistema respiratorio. El proceso se complicó en una tuberculosis. Tras varios reclamos por esta enfermedad, fue despedido de la Edison sin compensación alguna.
Con esta idea en mente, Metesky envió casi mil cartas a distintas autoridades de la empresa y al gobierno a fin de obtener un resarcimiento que no llegó. Fue entonces que decidió colocar bombas en distintos lugares de New York para llamar la atención sobre sus reclamos.
Si bien los primeros intentos fracasaron, Metesky fue perfeccionando su técnica y sus atentados fueron cada vez más peligrosos. En 1940 comenzó este raid explosivo, con cartas amenazantes y reclamos de justicia que se prolongaron en el tiempo gracias a su habilidad para escabullirse. Los atentados arreciaron hacia 1951, después distintos artefactos estallaron en lugares muy concurridos como en el Radio City Music Hall, la estación Pennsylvania, la Biblioteca Pública de New York, además de cines y teatros. Los medios comenzaron a llamarlo “el loco de las bombas”, y pronto se convirtió en un dolor de cabeza para la policía que no podía dar con este sujeto, elevado al status de enemigo público. A lo largo de 5 años, un ejército de detectives comenzó la cacería humana de un hombre del que solo sabían que había sido empleado de la Consolidated Edison y que dejaba en sus bombas las iniciales FP (fair play = juega limpio). En su desesperación, la policía de New York consultó al Dr. James A. Brussel, un psiquiatra que trabajaba en la Comisión de Higiene Mental.
Con la asistencia del comisionado Finney, desarrollaron lo que ellos llamaron un “retrato” del criminal que, con el tiempo, se denominaría perfil. Según Brussel, este obstinado colocador de bombas era un paranoico quien en forma permanente, sistemática y lógica obstinación construían su delirio. Para Brussel, el autor de estos atentados era un hombre de 50 años, empleado ejemplar, de familia eslava católica, de buena educación pero que no había asistido a la universidad; era un solitario, sin amigos, que no confraternizaba con mujeres, un solterón que vivía con su madre –con quién tenía una fuerte vinculación–, o con sus hermanas. A último momento, Brussel agregó al informe: “probablemente al momento de su detención usará un saco cruzado”.
Profesional egresado de la Universidad de Pennsylvania, de sólida formación psicoanalítica, Brussels fue quien inició esta cacería psicológica, este póker de personalidades, la búsqueda en una carrera de mentes. Por fin la policía pudo llegar a este hombre que vivía con sus hermanas y confesó su crimen. Al momento de la detención vestía un saco cruzado…
Brussel era un buen pianista y había compuesto varias obras musicales, además de trazar el perfil psicológico de distintos artistas como Dickens y Tchaikovski. Brussel siguió trabajando con el FBI, y aunque nunca volvió a tener un caso tan notorio como este “loco colocador de bombas”, en 1972 asistió a atrapar al estrangulador de Boston. Cuando le preguntaron porqué dijo lo del traje cruzado, Brussel solo se encogió de hombros.
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