El Cardenal-duque de Richelieu vivía en una permanente angustia de una sedición de los Grandes del Reino. El éxito de un complot le habría, irremediablemente, llevado a su caída en desgracia, véase también a su asesinato a manos de sus enemigos.
Puesto que los acontecimientos de los años pasados así lo probaban, su temor no tenía nada de obsesión paranoica. La última revuelta en aquellas fechas, había sido protagonizada por el Duque de Bouillon, el Duque de Guisa y Luis de Borbón, Conde de Soissons.
Financiado por España, el ejército de los conspiradores, ayudado por 7.000 hombres del Emperador Romano, había derrotado al del rey, mandado por el mariscal de Châtillon, cerca de Sedan el 6 de julio de 1641. La batalla se recordaría como la “del Bosque de La Marfée”.
Durante algunas horas, el cardenal de Richelieu se creyó perdido hasta que un mensajero le dió la noticia que el Conde de Soissons, había sido muerto de un pistoletazo en la frente. ¿Escaramuza de último minuto?¿asesinato? Nadie lo supo. A menos que se trate de un accidente: el conde tenía la mala costumbre de levantar la visera de su casco con el cañón de su pistola.
Decapitada la conspiración, el Duque de Bouillon, hermano mayor del Vizconde de Turenne (futuro mariscal), ofreció su sumisión y el rey Luis XIII le perdonó. El favorito real, el joven y hermoso Marqués de Cinq-Mars, había intervenido en su favor. Cuan importante debió de sentirse entonces el marqués, al interceder de esta manera ante el soberano francés para salvar al príncipe soberano de Sedan, sobrino del príncipe Mauricio de Nassau-Orange (estatúder de Holanda) y nieto del célebre Guillermo I “el Taciturno” de Orange!
Una conspiración en marcha
Una vez más, la Providencia vino a socorrer al Cardenal de Richelieu. Aún estando el inminente peligro apartado, los hilos de una nueva conspiración empezaban ya a tejerse.
Convertido en rival y enemigo del cardenal, el Marqués de Cinq-Mars, por su posición de favorito, no debía tardar en ser contactado por los opositores del primer ministro.
Entre los conjurados, reencontrábamos al inevitable Gastón, duque de Orléans, hermano del rey y saludado con el título de “Monsieur”. También estaba Louis d’Astarac, marqués de Fontrailles, la mismísima reina Ana de Austria, consorte del soberano, y François-Auguste de Thou, joven consejero en el Parlamento de París y devoto amigo de la reina. No olvidemos al Duque de Bouillon, que también se unió a éstos, haciendo gala de su majestuosa ingratitud. En resumen, he aquí un buen ramillete de conspiradores incorregibles.
Sin ser el instigador del complot, Cinq-Mars se convertiría en la piedra angular y peón de éste.
Las tentativas personales del marqués para desprestigiar al cardenal a ojos del rey, eran bastante inciertas. Un día que Luis XIII se quejaba de la pesada tutela de su primer ministro, Cinq-Mars espetó:
-“Sire, sois el dueño. ¿Por qué no lo despide?”
-“Hermoso amigo, no vaya usted tan aprisa! El cardenal es el más grande servidor que Francia tuvo jamás. No sabría estar sin él. El día en que se declarase contra vos, ni siquiera yo podría conservaros.”
Quedaba así patente la confianza, la estima y la sumisión del rey a su primer ministro, aún intactas, y el favorito habría hecho bien en desconfiar de esa respuesta.
En el curso de un encuentro privado en casa del Duque de Chaulnes, en agosto de 1641 en Amiens, Gastón de Orléans dejó caer esas caritativas palabras:
-“Ah! si el cardenal pudiese morir, seríamos tremendamente felices!”
El Marqués de Fontrailles, auténtico inspirador del complot, respondió:
-“Vuestra Alteza tan solo ha de darme su consentimiento y encontrará de sobras gente que lo aparten de su presencia!”
Cinq-Mars y Gastón de Orléans no planeaban llegar tan lejos! Sin embargo, no sin temores y reticencias, la idea de enviar al cardenal ad patres se insinuó en la mente de algunos de los conjurados.
Sin duda Cinq-Mars se dejó influenciar por sus antiguos camaradas de la Guardia Real, el Conde de Tréville (o Troisville), los señores de Tilladet, de La Salle y Des Essarts, que no habrían tenido escrúpulos a la hora de utilizar ese expeditivo modus operandi.
Pero, cuando hizo saber de sus intenciones a su amigo François-Auguste de Thou, éste le replicó que era enemigo de la sangre y que, por su ministerio, jamás derramaría ni una sola gota.
En noviembre de 1641, bajo la instigación de Fontrailles, Gastón de Orléans retomó contacto con el Marqués de Cinq-Mars. Este último explicó que todas sus trifulcas con el rey, de las cuales toda la Corte se complacía en comentarlas, no eran más que maniobras destinadas a engañar al Cardenal de Richelieu.
Presumiendo de su influencia, aseguró que el rey deseaba fervientemente la paz y estaba dispuesto a separarse de su primer ministro. El Duque de Orléans quiso entonces asegurarse de la resolución de su hermano el rey, e interrogó al favorito:
-“¿Habéis propuesto al Rey la ruina de Su Eminencia el Cardenal?”
-“No he querido hacer nada sin estar seguro de vuestra protección.”
Nada avaro en promesas, Orléans animó al conspirador a seguir adelante. Por otro lado, el hermano del rey buscaba el apoyo de su cuñada Ana de Austria. Prometió que, pasara lo que pasara, nunca revelaría que ella estuviera al corriente de sus intenciones. No se sabe qué prometió Ana de Austria, pero supo convencer a François de Thou para que se asociara a la conspiración.
El Tratado de la traición
La ejecución del proyecto implicaba muchos peligros y, en caso de fracaso, había que asegurar una sólida retirada. François de Thou se puso entonces en contacto con el Duque de Bouillon, entonces destinado en la provincia del Limosín. Recién perdonado por el rey, el duque dudó.
Una carta del Cardenal de Richelieu llegó entonces, encargándole de ponerse al frente de los ejércitos de Italia. La noticia decidió al Duque de Bouillon para personarse en la corte, donde el Marqués de Cinq-Mars le informó de los avances de su proyecto. Juzgando que la plaza fuerte de Sedan no estaba capacitada para sostener el asedio de los ejércitos reales, estimó que el apoyo de un ejército extranjero era necesario.
Gastón de Orléans y el duque de Bouillon, por mediación del Marqués de Cinq-Mars, dieron por terminada la vieja querella que les oponía y los conjurados se pusieron de acuerdo para llevar a cabo sus cosas. Redactaron un proyecto de tratado con el enemigo, el rey Felipe IV de España, en guerra contra Francia desde el 19 de mayo de 1635. François de Thou no participó en su elaboración.
El tratado preveía que Felipe IV aportara 12.000 soldados, 6.000 jinetes y 400.000 escudos para pagar el sueldo de un ejército levado en Francia y un destacamento para Sedan.
Gastón de Orléans, por su lado, se comprometía a firmar la paz en nombre de Francia y cada país restituiría las ciudades conquistadas. Francia renunciaría a sus alianzas con Suecia y con los príncipes alemanes protestantes. Bien mirado, se puede decir que se ofrecía la victoria en bandeja de plata a España.
Toda molestia mereciendo un salario, el rey de España se comprometía a conceder una pensión anual de 120.000 escudos a Gastón de Orléans, y una de 40.000 escudos al Duque de Bouillon y al Marqués de Cinq-Mars.
El tratado estipulaba también que “el Serenísimo Duque de Orléans o aquellos que marcharan en su partido, se comprometían a librar un punto fortificado o una plaza fuerte entre aquellas que escogiera Su Católica Majestad, de manera que, en caso de revés militar, el ejército extranjero, por medio del mencionado tratado, entrado en territorio francés, pudiese encontrar en éstas refugio. Monseñor el Duque de Orléans se compromete a iniciar los movimientos de las tropas a partir del momento en que las tropas de Sus Católicas e Imperiales Majestades, hayan cruzado el Rhin para penetrar en Francia.”
Leyendo esto, se calibra perfectamente la gravedad de la traición en la cual se había tirado de cabeza el frívolo Henri d’Effiat, marqués de Cinq-Mars, por el amor de una princesa de la Casa de Gonzaga (a la que pretendía desposar pasando por encima de la diferencia de rangos).
El texto precisaba: “Declaramos unánimamente que no tomamos en esto ninguna medida contra Su Cristianísima Majestad (Luis XIII) y en perjuicio de sus Estados, ni contra los derechos y autoridad de la Cristianísima Reina reinante (Ana de Austria), y que tendremos el deseo de mantenerlos en todo lo que les pertenece.”
Obviamente, la conspiración iba dirigida contra el cardenal-duque de Richelieu.
Con el sulfuroso escrito cosido en sus trajes, el Marqués de Fontrailles se encargó de la delicada misión de negociar con el Conde-Duque de Olivares, valido del rey Felipe IV de España.
El 13 de marzo de 1642, el tratado era firmado y el marqués volvió a Francia, llevando encima una carta del rey de España para el Duque de Orléans. La temible policía del cardenal andaba ya tras los pasos del conspirador, pero perdió su rastro en el camino de vuelta y Richelieu debió de sospechar que se estaba tramando algo sin tener pruebas fehacientes…
Por los caminos del Rosellón
“Cuando los franceses tomen Arras, las ratas cazarán los gatos”, se decía entonces. Pero es lo que se produjo efectivamente el 9 de agosto de 1640. La ciudad del condado de Artois cayó en manos galas.
Esta victoria se sumaba a otras que venían a aligerar la presión española al Norte del reino de Francia.
Por otro lado, la Lorena había sido invadida después de la traición del duque Carlos IV, durante el episodio de La Marfée. Alemania, arrasada por la Guerra de los Treinta Años, deseaba la paz (que tendrá que esperar 7 años más). El gobernador de los Países-Bajos Españoles, el cardenal-infante Don Fernando de Austria, hermano de Felipe IV de España y de Ana de Austria, acababa de rendir su último suspiro. Inglaterra se hallaba ocupada en la revuelta de los Escoceses. Gracias a las victorias del Conde de Harcourt y a la diplomacia de Giulio Mazarini (discípulo de Richelieu), la Duquesa de Saboya recuperaba para sí la regencia saboyana.
Estos despejes dentro de la situación política y militar permitían al rey y a su ministro acudir en auxilio de los catalanes, que se habían sublevado contra Madrid. Las cortes catalanas habían, en efecto, votado la deposición del rey Felipe IV y elegido al rey Luis XIII como nuevo Conde de Barcelona, el 23 de enero de 1641!
La situación de España se había vuelto tan crítica que, además, se enfrentaba a una rebelión portuguesa debidamente financiada y apoyada por Richelieu.
El 3 de febrero de 1642, dos cortejos, separados por cuestiones de intendencia, tomaban camino hacia el Rosellón para asediar la ciudad de Perpiñán: en uno se encontraba el cardenal de Richelieu, en el otro el rey Luis XIII y su favorito, Cinq-Mars.
Una confianza quebradiza
Durante el viaje, el favorito usó de toda su influencia para intentar quebrar la confianza de Luis XIII, asegurando que solo Richelieu representaba un insalvable obstáculo para concluir la paz.
Por vez primer, el rey iba a actuar a espaldas de su ministro, autorizando secretamente al marqués de Cinq-Mars y a De Thou a corresponder con Roma y Madrid para intentar concluír un tratado de paz. Pero ese razonable proyecto tan solo era obra de François de Thou.
En el curso de una conversación durante la cual el rey se quejaba de ser el “esclavo” del cardenal, Cinq-Mars exclamó:
-“¡Echadle!”
Luis XIII contestó que no era tan sencillo hacer eso.
El favorito, perdiendo la compostura, sugirió entonces:
-“El camino más corto y rápido es mandar que lo asesinen cuando acuda a los aposentos de Vuestra Majestad, dónde los guardias del cardenal no entran!”
Sorprendido, el rey quedó brevemente mudo y luego respondió:
-“El cardenal es hombre de la Iglesia, sería excomulgado.”
El Conde de Tréville, capitán de los Mosqueteros a caballo, asistía a la conversación y tomó la palabra:
-“Si tengo el permiso de Vuestra Majestad, no dudaré e iré a Roma para obtener la absolución donde estoy seguro de ser bien recibido.”
Si damos crédito al Marqués de Montglat, que transcribió esta conversación, el rey omitió contestarle.
Ciertamente, Luis XIII gustaba quejarse en privado del cardenal de Richelieu, y le criticaba a menudo. Quizás pensase que, de este modo, difuminaba su imagen de soberano supeditado a las directrices del ministro todopoderoso. Pero se duda seriamente que hubiese realmente pensado en dejar que se asesinase a su ministro.
Fuertes de la más que ambigua actitud del rey, los conjurados tomaron sus palabras por un acuerdo tácito, y resolvieron poner en marcha su proyecto en Lyon, donde la corte llegó el 17 de febrero de 1642.
Cinq-Mars se encontraba junto al rey en sus aposentos mientras que sus compañeros, los señores de Tréville, des Essarts, de Tilladet y de La Salle, se apostaban en la antecámara real. Pero Richelieu se presentó acompañado de su capitán de guardia, contrariamente a la costumbre establecida.
¿Le falló la determinación ante la presencia del capitán, fue disuadido por el rey o simplemente estaba intimidado por la púrpura cardenalicia del imperioso ministro?
Se sabe que, al aparecer la eminencia, el marqués se retiró de los aposentos reales sin haber llevado a cabo su cometido, y mandó fuera a sus acompañantes.
Gastón de Orléans, invitado por Cinq-Mars a participar en el evento, no se presentó. Sin duda esa ausencia menguó la voluntad del favorito. La ocasión fallida no debía presentarse nunca más y, el 23 de febrero, el cortejo se puso en marcha.
El Soplo Anónimo