Este es el fragmento de la última carta inconclusa de José Miguel Carrera, el militar chileno, enemigo de Bernardo O’Higgins y San Martín y el último de los hermanos que se resistió al orden impuesto en su país de origen. De todo probó para desestabilizar a sus enemigos a punto de recurrir a malonear para ganar esa contienda.
El oficial que mandaba la escolta encargada de la ejecución fue el célebre pardo Lorenzo Barcala, que llegó a coronel y murió fusilado en el mismo lugar que Carrera, en 1834 en la Plaza Principal de Mendoza.
Según la orden que recibió, Barcala le quitó el tintero y el papel en que escribía para que no perdiera momentos que eran muy preciosos. Se retiró el oficial con la carta comenzada y Carrera empezó a quejarse de la injusticia de sus enemigos, O’Higgins, San Martin y Luzuríaga. El sacerdote José Benito Lamas trató de apaciguarlo para que pudiera partir en paz a encontrarse con el Creador.
El padre Lamas continua el relato de estos últimos momentos.
“Pocos instantes después seguimos al oficial que vino a anunciar que era tiempo de marchar. —Y ¿cómo se va a esta ceremonia?— me preguntó—. ¿Con el sombrero puesto o quitado?—Con el sombrero quitado —le dije—, porque así se debe reverenciar a este crucifijo que lleva Usted en la mano, que es la imagen de su Dios. Entonces se lo quitó, hizo lo mismo con sus guantes y suplicó que se los entregasen como una memoria a su buen amigo el coronel Benavente, que estaba preso en la misma cárcel. Entraron en ese momento los padres mercedarios y le pusieron el escapulario de su orden. Llegamos al umbral de la cárcel. Había que bajar unos escalones y yo le ofrecí mi brazo. “No, me dijo, dirían que tengo miedo”. Y a pesar de los gruesos grillos que exprimían sus pies, de un salto los salvó. Yo que tenia desembarazados los míos no me habría atrevido a darlo… Cuando avistamos los banquillos, un joven soldado que estaba acusado de haber sido el que mató al general Morón y que, a la par que el coronel Álvarez, vecino de Córdoba que había encabezado una insurrección en Fraile Muerto en favor de Carrera, debía ser fusilado con éste, no pudo resistir este espectáculo y se desmayó. Entonces Carrera dijo: —iQué muchacho!… tan valiente en la guerra y se desmaya ante la sombra de la muerte.
—En la guerra —le contesté—, el que combate está libre y no engrillado como ese pobre joven, tiene la esperanza de vencer y no la horrible realidad de una muerte infalible.
Llegado al banquillo, Carrera se opuso a que le vendaran los ojos y pidió que se apuntara donde estaba su mano (sobre su corazón) y permaneció de pie, todo lo cual le fue negado. Entonces se quitó y dobló un rico poncho que llevaba puesto, y se limpió de las mangas de la chaqueta algunas ligeras motas de pelusa. Se acercó el alguacil como pidiéndole el poncho y Carrera le dijo: —No, lo destino para el hermano de mi suegra, a quien me harán el favor de entregarlo—. Se sentó en el banquillo, y en lugar de demandar perdón al pueblo de Mendoza como yo se lo habla aconsejado, dijo en voz altísima: —¡Muero por la libertad de América!
Me retiraba yo de su lado cuando me llamó para entregarme su reloj y un nudo de su pelo para que se lo remitiese a su esposa como una memoria suya. Mal me había separado de él, cuando la escolta descargó sus armas sobre Carrera, corriendo yo gran riesgo de ser herido por las balas que Iban dirigidas a él y a sus dos compañeros. Cayó sin vida y el doctor Clemente Godoy, que estaba a mi lado, me dijo:—Ha muerto como un filósofo …””
Luego de ello y según dicen que apareció relatado en un boletín publicado en Mendoza, dando cuenta de lo acontecido, el cuerpo de Carrera fue mutilado. Su cabeza fue cortada y expuesta en la plaza de Mendoza; su brazo derecho fue enviado al Gobernador de Córdoba, y el izquierdo al de San Luis, crueldades que no han sido comprobadas y que fueron totalmente desmentidas por quien asistiera a Carrera en sus últimos instantes antes de ser fusilado. El sacerdote José Benito Lamas, al ser consultado a este respecto, contestó que jamás había oído ni sabido de nada semejante, a pesar de haber acompañado al suplicio al general, residir en Mendoza y haber predicado el sermón de gracias por la victoria de Mendoza contra él.
Los restos mortales de José Miguel Carrera, fueron repatriados durante la presidencia de Francisco Antonio Pintos, en 1828.
Cabe agregar que cortarle cabeza al cadáver de un enemigo vencido, era una práctica común en aquellos tiempo; el mismo Carrera, cuando venció al coronel Luis Videla en “Ensenada de las Pulgas” en San Luis, luego de hacerle cortar la cabeza a su vencido, se la envió como regalo a su amigo, el caudillo Estanislao López, en ese entonces, gobernador de la provincia de Santa Fe, que también tuvo entre sus manos la cabeza de Pancho Ramírez, el supremo entrerriano.