Arte robado

“Vae victis” (“¡Ay de los vencidos!”), decían los romanos, porque desde tiempos inmemorables el botín ha sido la prerrogativa de los vencedores.

Desde siempre, la guerra fue un intercambio económico violento donde se cambian tierra por balas, ciudades por sangre, ventajas comerciales por muertos… Y no debemos olvidar al arte como una parte sustancial de ese botín.

Recorrer los museos de las grandes ciudades de Europa es recordar ese expolio que se remonta a las civilizaciones primitivas, pero que se hizo más evidente después de las Cruzadas.

Obras de arte flamenco llegaron a Madrid durante la Guerra de los Ochenta Años, mientras los españoles luchaban por someter a los holandeses protestantes.

Bonaparte devastó castillos y palacios italianos para poblar las salas del Louvre (rebautizado en 1803 como Musée Napoléon), convertidas en testimonio de sus conquistas y “la grandeza de Francia”.

Con la caída del Imperio francés, los Estados Pontificios encomendaron al escultor Antonio Canova (1757-1822) la misión de recuperar las obras de arte que habían sido rapiñadas por las tropas napoleónicas. No fue fácil la tarea ya que el director del Louvre, Dominique Vivant Denon (1747-1825), se resistió a devolver algunas piezas como Las bodas de Caná, de Paolo Veronese. Canova cumplió a medias su tarea, pero igualmente fue premiado con el título de marqués de Ischia.

Las bodas de Caná (Nozze di Cana)

Los ingleses también rapiñaron el arte de sus colonias africanas y asiáticas, piezas que hoy exhiben orgullosamente en el Museo Británico.

Los alemanes llevaron a sus museos ciudades enteras, como Pérgamo; pero fueron los nazis quienes sistemáticamente robaron todo objeto de valor que se les cruzó por el camino.

Hitler, un artista fracasado, estaba interesado en apoderarse de obras de artes ya que soñaba crear en Linz, su ciudad natal, el Führermuseum: un museo monumental que concentraría las obras maestras de Europa.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el  saqueo de arte alcanzó tales dimensiones que británicos y norteamericanos se vieron obligados a conformar en 1943 la Monuments, Fine Arts and Archives Section (MFAA), conocida popularmente como los Monuments Men. Este cuerpo estaba integrado por 400 especialista arte: el capitán Robert K. Posey, el teniente James J. Rorimer, el mayor George Stout, o el coronel británico Sir Leonard Woolley, entre otros.

Estos no solo recuperaron miles de pinturas, sino también toneladas de oro y plata que los nazis habían almacenado en distintas partes de Alemania.

Los ejércitos de Hitler habían arrasado con museos y templos en Bielorrusia y Ucrania, además de matar o condenar a la inanición a varios millones de rusos. Por eso, los soldados soviéticos fueron inmisericordes durante la conquista de Alemania y estuvieron decididos a recuperar con creces lo que les había sido robado. A tal fin dispusieron una brigada de artistas, curadores e historiadores para llevar adelante esta tarea bajo la conducción del pintor Igor Grabar.

Para ilustrar el relato de estas sustracciones, vale recordar las peripecias del cuadro más  veces robado en la historia: La Adoración del Cordero Místico, retablo pintado por los hermanos Hubert y Jan van Eyck entre 1420 y 1432, probablemente, la obra cúlmine del gótico flamenco.

Encargado por Jodocus Vijd para la iglesia de San Juan de Gante (actual Catedral de San Bavón), este políptico ilustraba varios relatos bíblicos que iban desde Adán y Eva hasta la  personificación de Cristo como un cordero ofrecido en sacrificio por los pecados de los hombres.

La adoración del Cordero Místico

En este retablo, entre los grupos que se acercan a adorar al cordero se el retrato de varios Papas y antipapas que coincidían en esta imagen como un símbolo de buena voluntad.

Esta obra fue objeto de varios robos y agresiones por las constantes guerras que asolaron esa región del norte de Europa. En 1566 fue desmontado para ocultarlo de las revueltas iconoclastas calvinistas.

En 1794, las cuatro tablas centrales fueron sustraídas por las tropas de Napoleón y expuestas en el Louvre.

Con la caída de Bonaparte y la restitución de los Borbones, el tríptico fue devuelto a Gante en 1815, ciudad que le había dado refugio al futuro Luis XVIII cuando se vio obligado a huir de la Francia revolucionaria.

Como la iglesia de San Bavón necesitaba medios para su reparación, las alas laterales fueron vendidas a la ciudad de Berlín, donde se exhibieron en la Germäldegalerie.

Tal era  la importancia de este retablo que, en 1919, durante las discusiones por el Tratado de Versalles, donde regiones enteras pasaban de manos, los diplomáticos se detuvieron a negociar específicamente su destino. Así fue como La Adoración del Cordero Místico volvió a su sitio original, aunque no lo hizo por mucho tiempo.

En 1940, durante la Blitzkrieg, las tropas alemanas pasaron por Gante y se volvieron a llevar el retablo que terminó en una mina de sal en Altaussee (Austria), junto a otras 7.000 pinturas, hasta que los Monuments Men lo rescataron en 1945.

Sin embargo, no pudieron recuperar todo el cuadro ya que el segmento inferior izquierdo había sido robado en 1934 sin que nadie haya podido localizarlo. Por tal razón, después de su restitución a Gante, el pintor belga Jef Van der Veken reprodujo dicho segmento. Desde 2012, con apoyo de la Fundación Getty, el retablo ha sido restaurado.

Como este tríptico era tan famoso, existen copias célebres como la que Felipe II de España le compró al pintor Michiel Coxcie en el siglo XVI. Durante años presidió la capilla del Alcázar de Madrid hasta 1661, cuando el retablo fue desmantelado y distribuido por distintas partes de España. También en el Prado hay otra copia parcial realizada por Jan Gossaert.

El tiempo no acabó con el saqueo del arte. El Art Loss Register de Londres calcula que, desde 1947, han desaparecido más de 180.000 obras de arte, entre ellas 182 Andy Warhol, 569 de Picasso, y piezas de Vermeer, Rubens, Renoir y Van Gogh entre otros muchos artistas.

A fin de recuperarlos, Interpol ha creado una división especializada en tráfico de arte, porque grupos insurgentes, narcotraficantes y terroristas hacen uso de este mercado negro para solventar sus actividades.

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