Genio y bufón: vida, obra y locuras de Salvador Dalí

Talentoso y brillante, sus inconductas asistieron a convertirlo en una leyenda del arte: una especie de genio bufón, admirado por el mundo que apreciaba su talento con una mezcla de admiración y diversión.
¿Estaba loco o se hacía el loco? ¿Usaba esa imagen de pintor excéntrico para cotizarse como uno de los artistas más caros de la historia? ¿Por qué escribió ‘El diario de un genio’? ¿Se reconocía como tal o era, más bien, una estrategia comercial para ganar más dinero, convertido en el brillante anagrama que André Breton construyó sobre su apellido: “Ávida Dollars”?
¿Acaso Dalí creó todo este espectáculo para presentarse como la extraña mezcla entre un artista visionario y un showman que daba brillo a un espectáculo?
No fue el único de los geniales artistas del siglo XX que impulsó la autopromoción como el vehículo para crear su prestigio y así jerarquizar su obra y obtener precios disparatados que ni los grandes maestros del pasado –como Leonardo, Miguel Ángel y Velázquez (para citar unos pocos)– hubiesen podido obtener. (Leonardo murió en los brazos de Francisco I de Francia, quien se quedó con las obras del maestro; Miguel Ángel apenas sobrevivía con lo que ganaba; y a Velázquez el rey de España le debía fortunas por obras como ‘Las Lanzas’, que nunca le pagaron).
Sin embargo, Picasso, Bacon, Miró, Warhol y Giacometti, entre otros, lograron un reconocimiento por su obra, una fortuna en vida y precios que crecieron astronómicamente después de muertos.
Entre los mejor posicionados de esta pléyade de artistas excéntricos y geniales, estaba Dalí.
Su extravagancia era proverbial. En la retrospectiva de Francis Bacon en 1971, en el Grand Palais de París, se paseaba con un chaleco floreado, bastón con cabo de plata y su inconfundible bigote, aprobando la obra de Bacon en voz alta, con comentarios como: “¡Es muy razonable!”.


La forma en que este dotado y joven pintor se convirtió en un exhibicionista codicioso es una historia deprimente, porque en última instancia fue una prostitución de su talento. Es evidente que sus primeras obras son, por mucho, las más interesantes. En la biografía de Dalí escrita por Ian Gibson, este crítico afirmaba que las 2/3 partes de su libro estaban dedicados a la primera parte de su existencia. Después de 1940 –es decir, durante su visita a EE.UU. donde vendió a buen precio su obra– sus pinturas fueron repetitivas y hasta grotescas.
De todas maneras, esa “megalomanía” se detectaba desde sus primeros cuadros, como ‘Noia a la finestra’ (1925), cuando tenía apenas 21 años. En su diario consignó: “Soy un genio y el mundo me admira. Probablemente seré despreciado e incomprendido, pero un genio al fin”. Ya en esa época llevaba sus clásicos bigotes, el cabello largo, se vestía con ropa cara y de colores estridentes.
Era muy tímido, aunque estaba dispuesto a conquistar al mundo con su estampa de genio narcisista.
Un detalle poco difundido de su infancia es que Salvador tuvo un hermano mayor, también llamado Salvador, que murió antes que él naciera. En algún momento de agitación, creía ser la reencarnación de su hermano. Dijo que esa idea se la inculcaron sus padres cuando, a los cinco años, lo llevaron a visitar la tumba del otro Salvador…
En 1916 murió su madre, con quien mantenía un vínculo muy estrecho. Su padre se casó con su cuñada, cosa que Salvador desaprobó. La relación se volvió cada vez más complicada y llegó a referirse a su progenitor en términos hirientes. Cuando este le exigió retractarse, Dalí le respondió entregando un preservativo conteniendo su propio esperma: “Tomá, ya no te debo nada”.
Tiempo antes había descubierto a la pintura contemporánea de mano Ramón Pichot, quien aconsejó a los padres de Dalí que tomase clases de pintura. Las familias quedaron relacionadas, y uno de sus descendientes, Antoni Pichot, fue el primer director español de la Fundación Gala-Salvador Dalí.
Según Gibson, a muy temprana edad, Dalí tenía accesos de vergüenza que le hacían muy difícil mantener vínculos normales con los demás, especialmente en el plano sexual. Pensaba que no estaba dotado para mantener relaciones íntimas y creía ser impotente. En sus Confesiones inconfesables comparaba su miembro viril con el de sus compañeros y lo encontraba “pequeño y merecedor de lástima”.
No se le conoció pareja hasta Gala (Elena Ivánovna Diákonova – 1894-1982), entonces esposa del poeta Paul Éluard. Incluida en el círculo de los surrealistas, Gala viajó con Éluard, Magritte y Buñuel para conocer a Dalí en su casa (hoy museo) de Cadaqués.
El enamoramiento fue casi instantáneo y a pesar de su timidez le declaró su amor.
Gala se divorció de Éluard y convivió (luego se casó) con Dalí, de quien se convirtió en musa y guía. La pintó más de una vez desnuda, fascinado por su candaulismo (mostración obsesiva de las nalgas), sin oponerse a las numerosas relaciones sexuales que Gala mantenía con distintos amantes.
De esta época data su interés por el psicoanálisis. En varias oportunidades Salvador trató de comunicarse con Freud a quien conoció tras su exilio en Londres, en 1938.
El psicoanálisis lo acercó al mundo del inconsciente y de los sueños, que plasmó en cuadros como ‘Cama y dos mesitas que atacan ferozmente al violoncelo’. Desde entonces, su obra se hizo más críptica, casi al borde de ruptura con la realidad, expresando sin tapujos su miedo a la muerte y a la locura. Desde sus cuadros mostraba el caos y la perplejidad del mundo que representaba como una actividad onírica.
‘La ciudad de los cajones’ es un ejemplo de dicho caos, en el que el inconsciente y las clasificaciones diagnósticas tratan de introducir cierto orden.
George Orwell, el escritor inglés que conoció bien a Dalí y sus vínculos con el franquismo, dijo: “Uno debería ser capaz de conservar en la cabeza simultáneamente las ideas de que Dalí era, al mismo tiempo, un buen dibujante y un ser humano repugnante. Lo uno no invalida lo otro”. El mismo Orwell lo acusó de escabullirse como una rata durante la contienda en España y después escaparse de una Europa convertida en un mar de sangre.
Por política comenzó su separación del surrealismo, movimiento que rechazaba el apoyo de Dalí a Franco y su régimen (llegó a pintar a la nieta del caudillo). Sin embargo, nunca rompió con el grupo, porque consideraba al surrealismo “su placenta”.


Después de la muerte de Gala, se le hizo cada vez más difícil el peso de su condición de farsante. Probablemente sostenida por sus trastornos de personalidad con delirios paranoides, aunque él mismo se encargaba de aclarar: “La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco”.
Cada día se mostraba más retraído, hasta convertirse en una caricatura de la misma caricatura que había mostrado al mundo toda su vida. El Parkinson lo redujo a la inmovilidad (algunos erróneamente hablan de Alzheimer).
En esa época firmó miles de hojas en blanco utilizadas para serigrafías inmensas o dibujos de imitadores ¿Quién no pagaría unos dólares por la firma del maestro?
Dalí murió en Figueras, el 23 de enero 1989, escuchando el canto de amor de ‘Tristán e Isolda’ de Richard Wagner. Siguiendo sus instrucciones, fue embalsamado y enterrado bajo la cúpula del museo que lleva su nombre.
En el año 2017 su cuerpo fue exhumado como parte de una demanda por paternidad que fue negativa. Al desenterrarlo, sus bigotes permanecían intactos, marcando las 10 y 10, como había pedido expresamente .
“No es necesario que el público sepa si estoy bromeando o si hablo en serio”, fue uno de sus últimos comentarios, “así como tampoco es necesario que yo mismo lo sepa”.

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