Cleopatra, su nariz y su muerte

Blas Pascal decía que si la nariz de Cleopatra hubiese sido un milímetro más corta, otra hubiese sido la historia del mundo, dando por sentada la versión que la muestra como una mujer de extraordinaria belleza, capaz de seducir a los hombres más poderosos de Roma. En realidad, ni Pascal ni nadie está muy seguro de la belleza de la reina egipcia. La única imagen que se cree que la retrata está en una moneda de plata acuñada para pagar a los soldados de Marco Antonio en su guerra contra Octavio. Si esa es la imagen de Cleopatra, luciendo una nariz aguileña y un mentón prominente, no hace honor a los cánones de belleza que nos rigen.

Lo cierto es que esta reina egipcia era descendiente de un general macedonio que se convirtió en faraón a la muerte de Alejandro Magno. Los Ptolomeo, tal el nombre de la dinastía a la que pertenecía Cleopatra, hablaban griego y ni se molestaron en aprender egipcio, idioma  que sí dominaba Cleopatra, al igual que otras lenguas, incluido el latín, que usó para seducir a Julio César y a Marco Antonio.

A la muerte de su padre, Ptolomeo XII, Cleopatra, de solo 18 años, compartió el trono con su hermano. No tardaron en aparecer rispideces y comenzó una guerra fratricida. En medio de este conflicto apareció en escena Julio César, quien venía a entrevistarse con el faraón. Cuenta la leyenda que Cleopatra se hizo introducir a la habitación del César envuelta en una alfombra y en la alcoba sedujo al general romano, quien apoyó en la contienda a su nueva amante. Derrotado Ptolomeo XIII por las fuerzas conjuntas de César y Cleopatra, el faraón se suicidó (o lo suicidaron, quién sabe) en las aguas del Nilo.

La pareja tuvo un hijo, Cesarión, destinado a dirigir los destinos de las naciones mediterráneas más poderosas… pero el destino no lo quiso.

César debió ocuparse de enfrentar a varias naciones que se resistían al dominio romano. Victorioso volvió a Roma, donde acrecentó su poder al extremo de ser considerado un dictador por varios miembros de las familias patricias. Murió en el senado apuñalado por un grupo de conspiradores.

Roma, una vez más, cayó en una guerra civil y como nuevo caudillo surgió la figura de Marco Antonio, seguidor del César, quien también quedó cautivado por los encantos de Cleopatra. 

Aunque Marco Antonio estaba casado con la hermana de Octavio –hijo adoptivo y presunto heredero del César–, prefirió la compañía de la reina egipcia. Esta actitud fue la culminación de desencuentros entre los líderes romanos que desembocó en una nueva guerra. En la batalla de Actium (31 a.c.), Octavio destruyó al ejército de Marco Antonio y Cleopatra, quienes buscaron refugio en Alejandría. Hasta allí los persiguió Octavio al frente de sus legiones. Cleopatra se escondió en uno de sus palacios y pronto se corrió el rumor que se había suicidado para no ser paseada por las calles de Roma como un trofeo. Al enterarse de su presunta muerte, Marco Antonio intentó quitarse la vida. Agonizante, se enteró que su amada aún vivía y pidió ser llevado ante ella, en cuyos brazos murió. 

¿Cómo reaccionó Cleopatra ante la muerte de su amante? Según un cronista de la época, Dion Casio, ella se presentó ante Octavio, declarándose aliada de Roma, con la intención de seducirlo como lo había hecho con Julio César y Marco Antonio. Pero Octavio se mostró inmune a sus encantos, que a los 39 años, ya no eran los mismos que los de esa jovencita que había seducido al César.

Despechada, abandonada y viéndose perdida, se retiró a su palacio en compañía de sus doncellas Iras y Carmión. Vestida con sus mejores galas y luciendo sus joyas, Cleopatra se hizo morder por un áspid, víbora que también mató a sus damas de compañía. Así lo describe Plutarco en su Vidas paralelas, donde también menciona el enfado de Ovidio por la muerte de Cleopatra y su agradecimiento por “el espíritu elevado” que había mostrado al quitarse la vida para evitar la vergüenza. Pocos días después, Cesarión, su hijo y aspirante al poder del César, moría asesinado.

Ese 31 de agosto del año 30 a. C. (según el almanaque juliano, era un 15 de agosto, pero el gregoriano que usamos hoy día corrige los errores de cálculo del año solar), Egipto se anexó al Imperio romano.

Para los cronistas romanos como el poeta Horacio, acababa de desaparecer una mujer malvada, mientras que Propercio la llamó “la reina ramera”. El ya mencionado Dion Casio se refirió a ella como “una mujer de sexualidad insaciable y avaricia colosal”, Lucano la describía como “la vergüenza de Egipto … la furia lasciva que pretendía la ruina de Roma”.

Era menester para los romanos menoscabar a esta mujer que con sus malas artes había seducido a sus más grandes conductores. Solo uno de ellos se había resistido a sus malvados encantos y ese hombre, Octavio, había devuelto la paz y la justicia a Roma. 

Con el tiempo surgieron dudas sobre la historia de Cleopatra: ¿por qué una mala mujer pudo ejercer su influencia sobre un personaje de tan alta jerarquía como Julio Cesar? Que fuese culta, políglota, inteligente y encantadora no era suficiente y aunque Plutarco escribió que su aspecto “no era del todo incomparable” comenzó a forjarse la leyenda de una mujer de irresistible belleza a la que ningún hombre se podía resistir. 

Aunque todos los libros citen la muerte por áspid, el médico personal de Cleopatra, Olimpo, citado por Plutarco, no hace mención de una mordedura, tampoco se encontró en la cámara a una serpiente. Otros hablan de que para poner fin a sus días usó un alfiler impregnado de veneno. Siglos más tarde, de mano del anatomista Giovanni Morgagni, en 1717, surgió la hipótesis del envenenamiento por ingesta de acónito y opio. Lo cierto es que Cleopatra, muy probablemente, haya puesto fin a sus días siguiendo esta tradición egipcia.

De haber usado el áspid, su muerte hubiese sido lenta y dolorosa. ¿Qué habrá pensado en esas horas mientras veía su vida y su poder diluirse?
Cleopatra y Marco Antonio fueron enterrados en el mismo mausoleo. Se cree que sus tumbas están en Taposiris Magna, cerca de Alejandría. Por más que recientemente la arqueóloga Kathleen Martínez dijo haber descubierto la cámara funeraria con monedas de la época (a cuyo retrato aludimos al principio de este artículo), no han hallado los cadáveres, supuestamente cubiertos en oro.

Cuando hizo su entrada triunfal en Roma, Octavio expuso a dos de los hijos de Marco Antonio y Cleopatra junto a una esfinge de la reina con un áspid. La imagen de una bella mujer sacrificándose al verse derrotada y despreciada encendió la imaginación de artistas tanto en la iconografía como en la literatura, en las obras de Shakespeare, Boccaccio y Geoffrey Chaucer, hasta en la música de Händel y Samuel Barber. Pintores como Jean-André Rixens y Guido Reni y escultores como Baccio, Bandinelli y Charles Gouthiere eternizaron ese trágico final en el lienzo y el mármol.

La actriz Elizabeth Taylor le dio cuerpo en el cine, exacerbando la mítica belleza de esta mujer de la que tanto hablamos y de la que tan poco sabemos, empezando por cómo era su nariz…

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