Opio: muerte e inspiración

En 2020, los opioides ocasionaron la muerte de 70.000 personas en Estados Unidos, lo que representa el 75% de todas las muertes por sobredosis en ese país. Se calcula que hay 2 millones de adictos.
Durante el gobierno del presidente Trump, la Casa Blanca destinó un billón de dólares a la lucha con este flagelo. A pesar del esfuerzo, el número de víctimas sigue creciendo de la mano de un anestésico llamado fentanilo.
No es la primera vez y seguramente no será la última. Las guerras del opio permitieron que Gran Bretaña diseminase al Papaver Somniferum a lo largo del mundo. En China, la adicción era tan común que se la tomaba casi como una característica racial. En Lima, con la inmigración oriental, se debieron permitir la apertura de fumaderos de opio a donde solo podían acceder los chinos.
Estados Unidos sufrió otro flagelo con un derivado de la morfina, la diacetilmorfina, que se usó extensamente durante la Guerra Civil porque se creía que este poderoso analgésico no causaba adicción. Pues se habían equivocado, y después de la contienda, miles de heridos se hicieron adictos. De estos excombatientes surgió el nombre por el que hoy conocemos a la heroína.
Los opiáceos producen elación, es decir, un estado de excitación emotiva que se caracteriza por un inmenso placer que a veces –no siempre– viene acompañado de una excitación motriz, pero termina en sueño y relajación. Este paraíso artificial va hundiendo a la gente en la dependencia y la degradación… pero algunas mentes privilegiadas buscaron en estos espacios de placer la fuente de inspiración para sus obras. Muchos comenzaron a usarla bajo indicación médica cuando no existían otros analgésicos más que los opiáceos, administrados generosamente por los médicos a falta de otros calmantes o somníferos. Basta decir que la aspirina recién se puso a la venta en 1899.
Además, la sociedad tenía una actitud más contemplativa ante las adicciones, consideradas como una elección personal, un problema individual sin un crimen organizado (bueno, no creo que podamos llamar al Imperio Británico crimen organizado, ¿o sí?)
El primero del que vamos a hablar es del compositor francés Louis Hector Berlioz (1803-1869). Hijo de un médico, su padre trató de interesarlo en la medicina, pero también le enseñó a apreciar la literatura clásica y la música, además de enseñarle a ejecutar distintos instrumentos. Así fue como empezó a estudiar medicina en París y también asistir al conservatorio. De joven, empezó a usar opio para calmar un perseverante dolor de muela. Su obra más conocida, “La Sinfonía Fantástica” (cuyo nombre completo en francés es “Symphonie fantastique: Épisode de la vie d’un artista”), es autorreferente ya que trata sobre un joven que sobrevive a una sobredosis de narcóticos. Otros sostienen que la obra es el reflejo de un amor imposible de Berlioz con la actriz Harriet Smithson. Al ser rechazado, intentó suicidarse con opio.
La verdadera historia es que no existe evidencia de un intento de suicidio y que a la larga, el compositor se casó con Smithson en 1833 en la embajada inglesa en París. ¡Happy end! O no tan así, porque esta princesa azul desteñía: era alcohólica, indomable cuando estaba bajo los efluvios etílicos, y el matrimonio naufragó. Smithson murió poco después y Berlioz se casó con una cantante italiana llamada Maria Recio, quien inspiró obras ambientadas en la Península como “Haroldo  en Italia”, “Romeo y Julieta”, “Benvenuto Cellini”, todas asistidas por el opio que le daba un tono muy particular a sus direcciones orquestales. Sus últimos años fueron infelices; sus composiciones extensas y con gran despliegue escénico, como “Les Troyens”, no fueron muy populares. De hecho, a falta de inspiración, se dedicó a la crítica musical para redondear sus ingresos. Tampoco fue muy feliz en su matrimonio.
El escritor Thomas Quincey (1775-1859) también cayó en la adicción al opio por una neuralgia del trigémino por problemas odontológicos. Como en esa época nadie perseguía a los adictos, no tuvo problemas en presentar sus experiencias inspiradoras  en “Confesiones de un consumidor de opio inglés”, de 1821. Empezó a consumir opio a los 19 años y continuó a lo largo de toda su vida. El alivio que experimentó desde el primer momento fue como “una resurrección”: su percepción apocalíptica del mundo se desvanecían ante este descubrimiento de la felicidad. “Todas las disputas filosóficas se diluían gracias a unos pocos peniques y esos pocos gramos que aseguraban un mundo mejor”.
Otro adicto que encontró fuente de inspiración en estos derivados del Papaver Somniferum fue Samuel Taylor Coleridge, quien usaba la droga para excitar su imaginación. Fruto de esos sueños inducidos compuso el “Kubla Khan” (la capital del Gran Imperio Mongol). Fue una obra concebida en 1797 pero publicada 20 años más tarde. Borges decía que “cincuenta y tantos versos rimados e irregulares, de prosodia exquisita” (una forma particular de prosa métrica). Este poema le valió convertirse en uno de los fundadores del romanticismo que inspiró a poetas como John Keats, quien también abandonó sus estudios de cirugía para dedicarse a escribir versos que se encuentran entre los más sublimes de la literatura inglesa. También abusó del opio para aliviar la tuberculosis que ya había matado a su madre y hermana. En “Oda a la Melancolía” confiesa su adicción. Viajó a Italia en busca de un clima más benigno, pero su enfermedad finalmente acabó con sus días. Terminó sepultado en el Cementerio Protestante de Roma, convertido en lugar de peregrinación para todos los amantes de las letras  (aquí también está enterrado Shelley, el escritor  marido de la creadora de Frankenstein). 
Jean Cocteau (1891-1963), famoso por su novela “Les enfants terribles”, describe una forma casi autobiográfica sus juveniles perturbaciones emocionales. Usaba el opio para recuperar su balance emocional, argumentando que prefería “una armonía artificial que no tener ninguna armonía”. También autorreferencial es “Opium:Journal d’une désintoxication”, donde describe su dolorosa deshabituación y cómo este alcaloide lo había ayudado en su proceso creativo. “Después de la cura viene el peor momento, el peor peligro… la salud tiene su lado vacío e inmensa tristeza”. 
Esta terrible descripción explica el drama de millones de personas que se lanzan a paraísos sintéticos, a un éxtasis comprado, a una felicidad en paquetes que terminan con un costo espantoso, la vida misma. A diario escuchamos de jóvenes artistas que abusan de drogas en búsqueda de inspiración y muchas veces se ufanan de este vicio que al final los arroja a un vacío existencial.
Las adicciones matan, antes o después, a pesar del éxito o del fracaso de aquel que se refugia en un sueño de musas licenciosas que lo atrapan en su laberinto del que  pocas veces se puede salir ileso.

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