Esas películas difíciles de entender…

A veces uno ya imagina algo al ver quién es el director, ya que algunos son especialmente crípticos y complicados para el espectador promedio. Talentosos en extremo, un pelín de altanería intelectual hace que decidan explayar su bagaje cinematográfico dejando en ascuas a muchos mientras reciben el elogio de los “entendidos” (que tampoco entienden tento).

  Puede ocurrir que uno decida ver la película de nuevo para intentar descubrir en qué lugar perdió el camino, y si está en su casa utiliza el “rewind” para volver a ver escenas o diálogos que no fueron comprendidos; el último recurso es tratar de averiguar después, leyendo y buscando material sobre el film, de qué se trataba la cosa.

     Poniéndonos en el lugar del “cinéfilo no retorcido”, vale la pena hacer un recorrido sobre algunas películas difíciles…

Mulholland Drive (David Lynch, 2001). Es ya un clásico de las películas incomprensibles, en el que se encuentran todos los recursos que llevan a la desorientación: trazados paralelos, simbolismo extremo, lenguajes de sueños, etc. Empieza bien y durante un rato la trama se sigue, pero luego la historia de la joven que llega a Los Angeles buscando suerte como actriz (Naomi Watts) desbarranca por completo para el espectador. Un vaquero, una mujer enigmática y amnésica, una extraña caja, una llave, elementos disímiles dentro de una historia que no se sabe hacia dónde va. De pronto la lógica desaparece y la falta de la misma es parte de su seducción. Libre interpretación, mismas actrices interpretando papeles diferentes dentro de la misma película, todo lo que puede despistar a cualquier mortal ante una pantalla. Si hasta se ha editado un libro para entender la película: “The key to Mulholland Drive: David Lynch and his street of darkness”. En fin.

Origen (Inception) (Christopher Nolan, 2010). Originalísimo planteo: una grupo de alta tecnología tiene la capacidad de introducirse dentro de los sueños de las personas y apropiarse así de ideas o pensamientos secretos. El capo del tema (Leonardo DiCaprio) es requerido por el mundo de la política y del espionaje para meterse en el sueño de un político-influyente-poderoso. Hasta ahí todo interesantísimo, pero resulta que… bueno, ¿qué pasa si el que está soñando sueña con alguien que a su vez está soñando? Ahora hay que meterse dentro del sueño de la persona con la que está soñando el soñador. Y ya que estamos, implantarle un pensamiento en lugar de sacárselo, para obligarlo a su vez a sacar a flote lo que se busca de él. Ya ni se entiende al explicarlo, mire, así que imagine para dónde se dispara todo. Nolan es así, de todo menos sencillo.

Donnie Darko (Richard Kelly, 2001). Esta es una película “de culto”,  de esas a las que la crítica le da alto puntaje y que suelen ser más las personas que dicen haberla visto que las que realmente la vieron. Donnie (Jake Gyllenhaal) es un chico inteligente que sale con vida de un accidente insólito (un avión en vuelo pierde un motor que cae en el techo de su casa). Desde entonces vive cosas raras: alucinaciones, visiones extrañas, un conejo recurrente, máscaras, etc. Imposible seguirla, el simbolismo es insufrible. Uno puede explicar todo después si lee de qué se trataba o si deduce que el accidente disparó una ezquizofrenia, recurso frecuente en películas incomprensibles que son relatadas “desde el protagonista”. Pero así no vale. Hay que verla dos veces mínimo para explicársela.

Conspiración de mujeres (Drowning by numbers) (Peter Greenaway, 1988). Tres mujeres de tres generaciones diferentes con igual nombre y apellido ahogan a sus esposos. El investigador de los tres casos es entre inducido y coercionado por las mujeres (el buen hombre se engancha con las tres) para evitar ser encontradas culpables, el hijo de éste recita una serie de juegos tradicionales vaya uno a saber a cuénta de qué y, subyacente a la trama, el espectador tiene que encontrar los números del 1 al 100 entre los actores y las escenografías, vaya uno a saber por qué. Greenaway es un genio raro (mitad y mitad), así que uno no sabe si el tipo terminó de atar todos los cabos pero el espectador no se dio cuenta o si simplemente se levantó un día con ganas de hacerse el indescifrable.

Brazil (Terry Gilliam, 1985). Acá lo que complica la cosa es que si uno se está acomodando y se perdió o no prestó la debida atención los primeros tres minutos y medio, ya no entenderá buena parte de la cosa; contemplará la “big picture” pero no captará el por qué de la trama principal. En un mundo futuro y distópico, una mosca cae en la impresora de una computadora y eso cambia una letra del apellido de un terrorista, por lo cual el aparato represor omnipresente del estado empieza a perseguir al hombre equivocado, un pobre tipo padre de familia que no se mete con nadie. El delirio surrealista le queda bien al ámbito futurista y transforma una especie de comedia negra en un desquicio multifacético, genial pero desquicio al fin. Otra película muy buena que hay que masticar y masticar hasta llegar a digerirla.

Memento (Christopher Nolan, 2000). Uno: la historia está contada al revés. Dos: el protagonista (Guy Pearce) tiene ausencia de memoria reciente, así que al día siguiente se olvida de todo lo vivido antes; no tiene recuerdos cercanos. Ya con eso al espectador le espera un desafío para meterse en la historia. Pero si a eso se le agrega que la trama es compleja, los personajes no son lo que parecen y hay varias sub-tramas a las que hay que prestarles atención… ya es una tarea ímproba. Es sin duda una gran película que Nolan escribió además de dirigir; lo que habrán sido las sesiones de edición… Película para adelantar y retroceder todo el tiempo o para ver con papel y lápiz para no perderse detalle.

Léolo (Jean Claude Lauzon, 1992). Léolo es un preadolescente franco-canadiense que vive con su familia en Montréal. Su familia es excéntrica y chiflada: su hermana en un hospital para enfermos mentales, su hermano mayor levanta pesas para evitar más palizas de los abusones, su abuelo una vez intentó ahogarlo y sus padres están obsesionados con el rendimiento intestinal de la familia, para lo cual les suministran laxantes con la comida. Léolo, que tiene tanta inteligencia como imaginación (lo que de alguna manera le permite escapar de su ominosa vida cotidiana), se la pasa leyendo libros todo el tiempo, pensando en su vecina y tratando de dilucidar si no habrá sido concebido por un esperma errante procedente de un tomate importado desde Italia. Acá la imaginación del chico se termina llevando la trama a cualquier lado y esta historia surrealista-onírica termina siendo tan difícil de comprender como de describir.

Mother! (Darren Aronofsky, 2017). El punto de partida es una pareja que se va a vivir a una casa apartada de todo. Allí empieza una espiral de hechos difíciles de aceptar, al punto de que al terminar de ver esta película uno se pregunta cómo hizo Aronofsky para convencer a actores tan reconocidos como Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris y Michelle Pfeiffer para actuar en este aparente disparate. Esa curiosidad lleva a uno a buscar qué se perdió… Y lo encuentra enseguida (“¿cómo no me di cuenta?”), entonces la película entera cobra sentido y se transforma en una obra originalísima y disruptiva. Claro, después de haber leído qué quiso mostrar el director; así cualquiera…

Carretera perdida (David Lynch, 1997). Otra de Lynch, que empieza con una muy buena intriga: una pareja (Bill Pullman y Patricia Arquette) recibe unos sobres con videos en los que aparecen ambos dentro de su propia casa. Poco después, durante una fiesta, un hombre de cara muy pálida (Robert Blake) le dice al marido que en ese preciso momento, mientras está hablando con él, está (también, simultáneamente) en su casa (la de la pareja). Ahí se va la película al diablo. Y cuando aparece el siguiente video, más. Realidades paralelas, rulos oníricos, en fin. Con estructuras similares a Mulholland Drive, Lynch lo hace de nuevo: confundir y abrumar. A ver quién dice que la entendió… Pero toda, eh.

Men (Alex Garland, 2022). Tras sufrir una tragedia personal, una joven se va a vivir sola a una casona en la campiña inglesa con la esperanza de encontrar tranquilidad para reponerse. Pero conoce gente extraña, comienzan a ocurrir cosas raras y todo parece concluir en una temática común que se devela al final y que deja una sensación de “¿Y…? ¿Por…?” Mezcla de miedos, pesadillas, resquemores y cuentas pendientes, la película entra en un laberinto de simbolismos de esos que el director pone y los espectadores no ven. Otra película en la que conviene leer qué quiso expresar el director para darle un poco de sentido a la cosa y no sentir que se perdió el tiempo.

Interstellar (Christopher Nolan, 2014). La vida en el planeta Tierra parece que no va más, así que un grupo de exploradores y científicos (Matthew McConaughey, Anne Hathaway y compañía) emprende una misión más que trascendente para la humanidad: viajar más allá de nuestra galaxia para descubrir a dónde diablos iremos a vivir cuando se acabe lo que hay. Ya entender bien qué son y cómo funcionan los agujeros negros y los “gusanos” es difícil en la vida cotidiana, imagínense en el cine de Nolan, que parece dar por sentado que uno domina tan bien el tema de las relaciones espacio-tiempo que con un par de menciones rápidas de esos conceptos uno ya capta todo el asunto. Para ver con un experto en física cuántica al lado. Casi tres horas, encima.

Predestination (Michael & Peter Spierig, 2014). Un agente de un departamento secreto del gobierno (Ethan Hawke) hace continuos viajes hacia atrás en el tiempo buscando capturar a un terrorista que pone bombas por todos lados. En uno de sus viajes a los ’70, el agente, que trabaja encubierto como camarero de un bar, conoce a un hombre que le narra una historia extraordinaria. Pero bueno, nada es tan fácil. El hombre del bar no resulta ser lo que parece (pero nada, eh) y se introduce en la historia, hay un objeto (una especie de maquinita manual) que ayuda a calibrar el destino del viaje, los protagonistas se encuentran con ellos mismos en otros tiempos (como un “Volver al futuro” pero perverso) y al final uno ya no sabe a quién compadecer y a quién tenerle bronca. En fin. Si uno se anima a verla dos veces comprueba que es una buena película, pero es tan densa que conviene ver media hora, parar, sedimentar y seguir unas horas después o al día siguiente si uno tiene buena memoria.

El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011). En los años ’50, un niño crece en una familia convencional en la que su madre  (Jessica Chastain) encarna la ternura y la sensibilidad y su padre (Brad Pitt) la severidad y la aspereza, intentando preparar a su hijo para afrontar un mundo hostil. Un clásico, bah. Pero Malick no puede ser convencional, no. Parece (porque con Malick todo “parece”, ya que queda a la interpretación de cada uno; si no, no es Malick) que el chico ya de grandecito recuerda en una especie de asociación libre todo lo vivido mientras trata de comprender qué influencia tuvieron sobre él sus padres y hasta qué punto determinaron su vida. Si buscan una narración ordenada, olvídense. La historia navega sobre un cotillón de imágenes (que alguien me explique qué hacen ahí los dinosaurios, por ejemplo) y una cascada de sensaciones desordenadas y anárquicas. Que el crecimiento del chico es un paralelismo al desarrollo del universo (ah, por eso aparecen los dinosaurios, entonces), que los padres representan lo divino y lo profano, que el árbol representa la unión entre el hombre y su entorno, que la armonía universal, en fin, cada uno elija cómo quiere interpretarla. Un crítico dijo: “puede que le resulte aburrida; cabe esa opción, y no creo que sea culpa de Malick”. Ah, seguro que no.

El hombre duplicado (Enemy) (Denis Villeneuve, 2013). En esta historia basada en una novela de José Saramago, un profesor de historia (Jake Gyllenhaal) de vida monótona y ordenada descubre viendo una película a un actor que es idéntico a él. Decide buscarlo, lo encuentra y su vida cambia. Lo acecha, se obsesiona con el actor, de vida muy diferente a la suya, y se replantea su propia existencia. Las mujeres de ambos los confunden y casi no los reconocen, hay elementos aislados que complican la trama (fotos, arañas, mujeres) y el final es tan insospechado como inentedible, salvo que uno esté al día con el significado de las arañas…

Tenet (Christopher Nolan, 2020). En un futuro lejano una científica ha inventado una bomba que puede alterar o canalizar de manera diferente la entropía del planeta, por lo cual puede eliminar períodos temporales enteros de la existencia del mismo. Obviamente, hay que mandar a alguien (un agente multitask) que lo impida. Si ya es difícil entender este planteo, imaginen el desarrollo. Nolan, un genio insatisfecho que se ve compelido a complicar el funcionamiento de algo tan simple como una bala, por ejemplo, entrega elementos que sólo pueden ser asimilados rápidamente por mentes privilegiadas (como la suya). Balas de trayecto invertido, líneas de tiempo paralelas y divergentes que saltan hacia adelante y atrás en esa especie de elástico juguetón que es el tiempo para Nolan, no hacen más que empequeñecer al espectador, que se siente un burro por no estar ni cerca de comprender nada. Si uno es resiliente la verá dos veces, quizá tres, hasta entenderla o (lo más probable) mentir diciendo que sí, que lo logró.

Melancholia (Lars von Trier, 2011). Una pareja (Kirsten Dunst y Alexander Skarsgard) celebra su boda en la mansión de su hermana y cuñado (Charlotte Gainsbourg y Kiefer Sutherland). La relación entre las hermanas es tensa; Justine (la novia) no parece tenerla clatra: se aleja, se deprime, que me caso, que mejor no, que no sé. El novio se hincha y no se casan, y como quien no quiere la cosa y sin que tenga nada que ver, un enorme planeta se acerca inexorablemente a la Tierra; colisión inevitable o no, fin de la primera parte. En la segunda parte Justine está deprimida, visita a su hermana (Claire), el planeta sigue ahí cada vez más cerca, Claire tiene que ayudar a su hermana hasta para ir al baño, el marido de Claire se hincha y se suicida, total el planeta ese nos va a chocar y volaremos por los aires de todos modos. La película es como una oda a la depresión melancólica mezclada con el desastre universal. Nunca se entiende nada, hablan poco, secuencias largas, no se sabe a dónde va la trama pero eso a von Trier nunca le ha importado, ya se enderezará solita la trama antes de que choquen los planetas.

Pi (π) (Darren Aronofsky, 1998). El número Pi (π) obsesiona a un matemático nerd que está convencido de que todo lo que ocurre en el mundo puede explicarse mediante fórmulas o números. Y resulta que aparece una empresa que quiere contratar sus servicios para decodificar el sistema financiero y así salir del caos económico que los agobia. Como si esto fuera poco, una secta mística judía le pide que descifre unos textos sagrados con miles de años de antigüedad apelando a sus habilidades numerológicas. El tipo diseña un programa que lo lleva a lugares no esperados, descubre un número de más de doscientos dígitos que le complica la vida (a quién no), entra en una espiral de descalabro que lo lleva a no distinguir entre realidad, fantasía y paranoia, llega a arruinar computadoras y se va volviendo (más) loco, y así siguiendo. Filmada en blanco y negro, el inicio atrapa e intriga, pero el desbande es completo y a mitad de la película uno ya se siente flotando en la nada misma. Indescifrable.

Estoy pensando en dejarlo (I’m thinking of ending things) (Charlie Kaufman, 2020). A pesar de que casi ha decidido romper la relación con su novio, una chica (Jessie Buckley) acepta ir de viaje con él (Jesse Plemons) un fin de semana a la casa de sus padres (los de él). Y resulta que todo lo que vive desde que llega a la casa es un dislate, empezando por los disparatados padres y la relación entre ellos; todo se transforma en una especie de laberinto-pesadilla, que no se sabe ni por dónde empezó ni cómo terminará, en la que se mezclan pensamientos propios con realidades aparentemente ridículas. Delirante y desconcertante, no hay por dónde agarrarle la cola a este engendro surgido de la mente de Kaufmann, un afamado y ¿sobre?valorado guionista de Hollywood a quien le gusta ser autorreferencial en sus guiones. El final arrima un poco el bochín, pero no alcanza para explicar el recorrido.

Coherence (James Ward Byrkit, 2013). Cuatro parejas de amigos se reúnen a cenar una noche en la que un cometa pasa muy cerca de la Tierra. Empiezan a ocurrir cosas extrañas (se rompen las pantallas de los teléfonos celulares, se quedan sin internet, se corta la luz) y, alarmados, observan por la ventana que todo el barrio está a oscuras menos una casa, que tiene luz como si nada ocurriera. Intrigados, algunos de ellos deciden salir y acercarse a esa casa a ver qué pasa. Cuando vuelven explican que no entraron a la casa en cuestión porque vieron por la ventana que dentro de la misma estaban… ellos mismos (los ocho) reunidos. Vuelven a salir a explorar y a su regreso traen una caja que sacaron de uno de los autos estacionados en esa casa, la abren y encuentran dentro fotos de ellos mismos con un número en el reverso. Uno del grupo señala que la ropa con la que aparece en la foto la compró ese mismo día. Ahora todos tienen miedo y empiezan a desglosar explicaciones para lo inexplicable, hasta que llegan al ejemplo del “gato de Schrödinger”, que habla de la “superposición cuántica” de estar vivo y no estarlo… al mismo tiempo. Y ya nada será igual: se pelean, algunos salen, vuelven, vuelven de nuevo (sí, sí, no es redundancia) y ya nadie sabe si cada uno de ellos es quien parece (el “original”, digamos) o su doble (o su triple, o su cuádruple, en fin). Y si no lo saben ellos, imagínense el espectador. Una película pionera de las realidades paralelas, el multiverso y los círculos temporo-espaciales. Hay miles de detalles que transforman la película (ingenosa, sin duda) en una especie de “descúbralo usted mismo” de imposible resolución. Una joya, pero que no se puede disfrutar si no se la ve más de una vez (siendo benévolos).

    Hay muchas más películas de difícil comprensión, pero para qué abundar. Si alguien entendió todas estas películas la primera vez que las vio, que chequee su cociente intelectual: está para grandes cosas.

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