Justiciero implacable, piloto de reñidas carreras y soldado de coraje al borde de lo temerario, para aquellos que peinamos canas (o ya casi no tenemos nada que peinar) recordamos a este actor ducho en papeles intrépidos y ojos celestes de acero. ¿Quién puede olvidar a Los siete magníficos (1960), Bullitt (1968), The Thomas Crown Affair (1968), La huida (1972) y Papillon (1973) entre tantos otros éxitos?
Aunque no era un actor versátil y sus personajes representaran el arquetipo del antihéroe de la contra cultura norteamericana de los 60, fue nominado al Óscar por su participación en The Sand Pebbles (1967).
Hijo de madre soltera y alcohólica, fue criado por sus abuelos en una granja en estado de Missouri durante los años de la Gran Depresión. Desde muy joven se interesó por la mecánica, los autos y las motos.
Disléxico y con una hipoacusia por una otitis, no se adaptó a la vida escolar. Para colmo, su relación con su padrastro, con quien vivió después de que su madre se casara nuevamente, fue tormentosa. Huyó en más de una oportunidad de su hogar, y a los 14 años se unió a un circo trashumante. A temprana edad comenzó a tener problemas con la justicia. Las golpizas que le propinaba su padrastro no lo enmendaron, muy por el contrario, llegó a amenazarlo de muerte, razón por la que fue internado en un reformatorio privado llamado “California Junior Boys Republic”. Allí vivió por unos pocos años, pero está experiencia de convivencia y responsabilidad, fue un punto de inflexión en su corta y atribulada existencia. Agradecido por la oportunidad que cambió su vida, continuó donando dinero a esta institución hasta su fallecimiento.
A los 16, se conchabó en un barco mercante, conoció el mundo, estuvo en Texas, viajó hasta Canadá y luego se unió a la Armada, donde frecuentemente tuvo problemas con las autoridades por ausencias injustificadas (en realidad, pasaba tiempo en las casas de alguna de sus novias y amantes que caían subyugadas ante sus encantos). Muchas estrellas de Hollywood confesaron haber vivido romances con McQueen.
Decidió unirse al Cuerpo de Marines de los Estados Unidos donde se destacó en varias oportunidades, incluso llegó a ser guardia del yacht presidencial en tiempos del presidente Truman. Después de abandonar el Cuerpo en el ‘50, comenzó a tomar clases de actuación y participar en carreras de motos. Se mudó a Hollywood donde obtuvo su primer protagónico en una película de 1956, aunque el papel que lo catapultó a la fama fue una serie de T.V llamada Trackdown en Estados Unidos y Randall, El justiciero en Argentina. La serie narraba la historia de un cazador de recompensas que usaba una carabina recortada.
De allí en más, su carrera fue una sucesión de éxitos. Películas como Los siete magníficos (1960) lo pusieron a la altura de monstruos sagrados de Hollywood como Yul Brynner y Charles Bronson, entre otros. En La huida (1972), McQueen manejó personalmente una moto en las escenas de riesgo. También fue él quien condujo el Mustang GT por las calles de San Francisco en Bullitt (1968). Este vehículo se convirtió en el Ford más caro de la historia al ser vendido en 3.4 millones de dólares. En esos años de éxito vivió un tórrido romance con Ali MacGraw (famosísima en los años 70 por su papel en Love Story, coprotagonista de la película The Getaway). A pesar de divorciarse, ella siguió siendo el gran amor de su vida.
Curiosamente, declinó papeles en películas que el tiempo convertiría en icónicas, como Breakfast at Tiffany’s, Butch Cassidy and the Sundance Kid, Harry, el sucio, The French Connection y Encuentros cercanos del tercer tipo de Steven Spielberg. Mientras tanto, participaba en carreras de motos de resistencias (Enduro) y llegó a tener más de cien vehículos entre motos y autos deportivos.
Después del éxito de Infierno en la torre en 1974, McQueen desapareció de las grandes producciones y recorrió el país en un motorhome, participando de carreras de motos. En 1978, filmó Un enemigo del pueblo, basada en la novela de Henrik Ibsen, un papel fuera de los habituales para su estilo. Algo estaba cambiando en su vida. Ese año comenzó con una tos persistente que no mejoró a pesar del uso de antibióticos. Dejó de fumar, pero como el cuadro no mejoraba, se le realizaron una serie de estudios que demostraron que tenía un mesotelioma pleural, un cáncer asociado con los asbestos, a los que estuvo expuesto mientras trabajaba en la Marina o por vestir ropas ignifugas durante su carrera automovilística.
McQueen intentó mantener el diagnóstico en secreto y eligió métodos de tratamiento poco ortodoxos que incluían enemas con café. Finalmente se puso en manos de un médico norteamericano, William Kelley, de dudosa reputación, que atendía en Méjico por sus tratamientos reñidos con las normas del FDA y su dudosa capacidad ya que no tenía título de médico sino de ortodoncista. Kelley afirmaba que podía “disolver” las úlceras cancerosas con enzimas pancreáticas y una dieta estricta.
Antes de recibir la terapéutica de quimioterapia (que en ese entonces no eran tan efectivas y con muchos efectos colaterales), prefirió esta opción, más cuando a las seis semanas Kelley afirmó que la lesión se había reducido a un 60%. A lo largo de este tiempo McQueen le pagó a Kelley 40.000 dólares por mes.
En octubre de 1980, McQueen voló a Ciudad Juárez, Méjico, para que le extirparan una metástasis hepática de casi 3 kilos. Por más que los médicos norteamericanos le dijeron que era inoperable y que, de hacerla, probablemente, no soportase la operación, el actor insistió en la remoción de este y otros tumores. Murió 12 horas después de la intervención mientras dormía. Era el 7 de noviembre de 1980 y solo tenía 50 años. Pocos meses antes se había casado con Barbara Minty, quien lo indujo a adherir a la Iglesia Evangélica Cristiana. Antes de morir, el predicador Billy Graham lo visitó. Barbara escribió un libro sobre la vida de su marido y su enfermedad, La última milla.
El público argentino está conmovido por la muerte de celebridades tratadas por un conocido profesional apodado “el cirujano de los famosos”. Como vemos con el caso de McQueen, y una larga lista de pacientes, desde siempre han existido profesionales intrépidos y manipuladores que promueven soluciones mágicas o, por lo menos, que carecen el apoyo científico necesario. Siempre habrá incautos, siempre habrá manipulación, ensañamiento y obnubilación, además de las consabidas y naturales diversidades de criterio. Nada nuevo ni original en la historia de la medicina. La única diferencia es que ahora todo tiene una difusión inmediata de dimensiones inimaginables.
A Steve McQueen lo llamaban “the King of Cool” (algo así como “el rey canchero”). Morir como lo hizo, no tiene nada de “cool”.
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Esta nota también fue publicada en La Prensa