La mañana del domingo 2 de julio de 1961, pocos días antes de cumplir 62 años, Ernest Miller Hemingway, el más conocido de los escritores norteamericanos del siglo XX, se despertó con una sensación de angustia y agobio. No era la primera vez que tenía estos sentimientos, pero sí la primera que lo experimentaba en su nuevo hogar de Big Wood, a las afueras de Ketchum (Idaho). Hasta hacía pocos meses, Hemingway había vivido en Finca Vigía, Cuba, pero con el final del régimen de Batista y el advenimiento de Fidel Castro, se mudó a los Estados Unidos, a este, su nuevo hogar adónde había convocado a su familia para celebrar su próximo cumpleaños. Al final la familia se reunió, pero para su funeral.
Esa mañana Hemingway bajó al sótano donde guardaba sus armas, escogió su escopeta favorita una Boss calibre doce, se dirigió a la entrada de su casa …El ruido del disparo despertó a su esposa Mary Welsh (su cuarta mujer) quien halló a “Papa” sumergido en un charco de sangre. Los obituarios de los periódicos norteamericanos recogieron el testimonio de Mary: su marido se había matado accidentalmente al limpiar el arma… un extraño final para un hombre que había recibido su primer rifle a los 10 años, que participó de dos contiendas mundiales, de la guerra civil española y era un experto cazador.
Cinco años más tarde, Mary admitió que su marido se había suicidado.
No era el primer Hemingway en morir por mano propia, su padre, el Dr. Clarence Hemingway, se había suicidado a los 57 años. Entonces Ernest escribió “Probablemente a mí me pase lo mismo”. Al momento de la muerte de su padre, Hemingway estaba escribiendo Por quién doblan las campanas. En esa novela el padre del protagonista se suicida usando el rifle que su progenitor, es decir el abuelo de Ernest, había usado durante la guerra civil (en realidad, Clarence Hemingway se suicidó con un revolver Smith & Wesson calibre 32).
No serían los únicos Hemingway en terminar sus días de esta forma, los dos hermanos de Ernest , Úrsula y Leicester, lo harían en 1966 y 1982, respectivamente. El primero de julio de 1996, en vísperas de un nuevo aniversario de la muerte de su abuelo, la actriz Margaux Hemingway siguió los pasos fatales de sus ancestros. La muerte trágica corría por las venas de la familia.
Ernest había participado de la Primera Guerra como miembro de la Cruz Roja, condición que no le impidió ser condecorado por su valor asistiendo heridos italianos. Tampoco ser corresponsal de guerra evitó que participase en acciones de combate en 1944, actividades que le merecieron una estrella de bronce y unos días de prisión (porque los corresponsales no pueden actuar como soldados en la contienda). También como corresponsal cubrió el conflicto entre Grecia y Turquía de 1920 y la guerra civil española en 1936.
A lo largo de su vida, Ernest se casó cuatro veces, tuvo tres hijos, padeció neumonía, disentería amebiana, hipertensión, ruptura de riñón, fracturas varias, sobrevivió a dos accidentes de aviación en África y bebió hectolitros de alcohol junto a Ezra Pound, John Dos Pasos, James Joyce, F. Scott Fitzgerald, Pio Baroja, Pablo Neruda y otros escritores de su tiempo.
Hemingway fue autor 7 novelas, varios cuentos y dos ensayos que le hicieron ganar el Premio Pulitzer (por su libro El viejo y el mar) y el Premio Nobel de Literatura. No obstante, el éxito y una desahogada situación económica no evitaron que cayese en pozos depresivos que ahogaba en alcohol. Desde 1936, en más de una oportunidad, había hablado de matarse. En 1960, temiendo un intento de suicidio, su médico lo internó en la Mayo Clinic, bajo un falso nombre, para ser sometido a terapia electroconvulsiva (electroshock). Un año más tarde, el autor eligió terminar con su vida.
Muchas familias heredan el gen de la depresión ligado al cromosoma X, pero en el caso de los Hemingway, tanto Clarence como Ernest, sufrían una rara enfermedad llamada hemocromatosis (o el mal celta), donde existe un aumento de la absorción de hierro que se deposita en el hígado, páncreas (ocasionando diabetes) y el corazón. El dolor puede llegar a ser insoportable, circunstancia que potenciaba los que ya sufría por las lesiones que Hemingway acumulaba en su cuerpo. Probablemente, estos dos factores se combinaron para inducir el suicidio.
Cuando fue nominado al Premio Nobel, Hemingway se estaba recuperando de los accidentes de aviación en África. De hecho, habían sido tan graves que varios diarios escribieron su obituario. Estos textos fueron leídos atentamente y con una tenue sonrisa por el mismo Hemingway…
Como no pudo asistir a la entrega del Nobel en Estocolmo, envió su discurso a la Academia: “Escribir, en su mejor momento, lleva a una vida solitaria… porque debe hacerse el trabajo solo y si es un escritor lo suficientemente bueno, deberá enfrentar a la eternidad, o la falta de ella, en todos y cada uno de los días de su existencia”.
Y con ese disparo final, Hemingway se enfrentó a la eternidad.
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