De un lado lo llamaban “Muro de contención antifascista”, del otro era “El Muro de la vergüenza”. Para el mundo era el Muro de Berlín, que se extendía por 155 kilómetros dividiendo la antigua capital del Reich.
Su caída fue un momento bisagra de la historia, como la del Imperio Romano, la de Constantinopla o la Revolución francesa, el momento donde hay un antes y un después. Como suele pasar con el relato histórico, la caída del Muro sufrió un proceso se simplificación didáctica (que no siempre expresa la verdad sino la parte más conveniente del relato). Los textos hablarán de la voluntad del pueblo, de ansias de libertad, de hastío de la tiranía… aunque queden relegadas las palabras dichas por Günter Schabowski (o, mejor dicho, las que nunca dijo).
Este funcionario perteneció a las juventudes hitlerianas pero concluida la guerra se afilió al Partido Socialista Unificado de Alemania y como periodista fue redactor del Neues Deutschland. Con el tiempo integró el Politburó y fue el hombre de confianza del secretario general del partido, Erich Honecker, a punto de convertirse en el portavoz del comité central. Su lealtad era indiscutible, premiada con la Orden de Karl Marx.
En 1989 una palabra recorría el mundo: Perestroika. Los problemas económicos acuciaban al gobierno de Mijaíl Gorbachov quien, además, proponía una apertura política, la Glásnost .
Estos vientos de cambio llegaron a otras partes detrás de la Cortina de Hierro –como la había bautizado Churchill en 1946–, pero muchos jerarcas prosoviéticos, como Honecker, eran reacios a tomar medidas que debilitaran al antiguo régimen. Al igual que a Gorbachov, los nuevos vientos los desbordaron de la forma menos pensada.
Desde hacía años los berlineses trataban de huir del paraíso soviético. Franquear el Muro antifascista no era tarea fácil y podía costarles la vida (como lo atestigua el museo en el Charlie Point).
Hungría y Checoslovaquia habían abierto sus fronteras y la inquietud crecía entre los habitantes de Berlín. Honecker, un hombre ya añoso, fue reemplazado por Egon Krenz, quien decidió descomprimir la situación y permitir a los berlineses orientales visitar la parte occidental de la ciudad sin tantos requisitos burocráticos a partir del día siguiente para organizar las colas inmensas que pensaba se podrían formar.
Sin embargo, Schabowski dijo no haber escuchado esta última parte y en una conferencia de prensa anunció a los medios extranjeros las nuevas disposiciones. Cuando uno de los periodistas preguntó “¿Desde cuándo?”, Schabowski titubeó, revisó sus papeles y dijo “Inmediatamente”. Minutos después una marea humana abarrotaba los seis cruces fronterizos. Para evitar una matanza, se levantaron las barreras y esa noche Alemania Oriental dejó de existir.
Muchos camaradas de Schabowski pensaron que había enloquecido o sido comprado por occidente, cosa que negó enfáticamente. Pocos días después era expulsado del Partido. Desde entonces se mostró muy crítico tanto de su actuación a lo largo de esos años, como la del gobierno prosoviético. Debió sortear una serie de juicios y finalmente murió en el año 2015 a los 86 años, recordado como el hombre que hizo caer al Muro de la vergüenza.
Si bien la caída del Muro era inevitable, siempre existe un factor humano que lo precipita por obra y omisión.
En Argentina se inicia un año electoral que promete un espectáculo lleno de furcios, gaffes, mentiras de patas cortas y papelones, por eso nunca hay que olvidar que una frase poco feliz o dicha a destiempo puede derribar un muro.
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Esta nota también fue publicada en Clarín – El día 22/03/2023