La primera transmisión de televisión en Argentina fue en 1951, siendo el canal 7 (el canal estatal) el primero en transmitir imágenes y programas. Recién en 1957 se otorgaron licencias para la televisión privada; en 1960 comenzaron a transmitir canal 9 y canal 13 en Buenos Aires y canal 12 en Córdoba, y en 1961 comenzaron las transmisiones de canal 11. Esa misma década empezaron a llegar series de televisión, la mayoría provenientes de EEUU, país en el que la industria de la televisión ya era muy pujante, y en menor medida desde el Reino Unido, lugar donde se inventó la televisión en 1926. En estas líneas no haremos una revisión de la enorme cantidad de series populares o exitosas de entonces (sería interminable), sino más bien un brevísimo recorrido por algunas series “de culto” de aquella época.
Sería bueno entonces explicitar antes qué características o “requisitos” debería tener una vieja serie para ser considerada “de culto”. A riesgo de ser parciales y no puristas, las series “de culto” suelen tener algunas (o muchas) de estas características: incluyen temas originales no tratados anteriormente, encaran temas convencionales desde una perspectiva diferente, tienen alguna originalidad argumental, estética o narrativa, tienen más calidad que popularidad (algunas no), pueden ser “de género” (lo que hace que no sean del gusto de todo el público sino de un segmento del mismo), a veces no han sido exitosas en sus países de origen, muchas veces han durado pocas temporadas, pueden tener componentes bizarros integrados a la trama, han sido vistas por menos gente que la que asegura haberlas visto, y muchas veces se emitían en forma no periódica o en horarios que solían atraer poco público. Así entonces, una vieja serie que tenga la mitad o más de estas características, podríamos considerarla una serie de culto.
Sin ánimo de ser redundantes, y como ejemplo, dejemos bien claro algo: “El zorro” NO es una serie de culto: es una serie extraordinariamente exitosa y popular, que aún hoy se emite en canales de aire y tiene enorme audiencia, a la hora que la pongan, por lo que se ha transformado en un clásico –que no es lo mismo que ser “de culto”–; el Superagente 86 NO es una serie de culto, Lassie y Rin tin tin no son series de culto, Bonanza y todas esas series del oeste tampoco, El santo, Ladrón sin destino, Starsky & Hutch, El fugitivo, Los invasores, La familia Ingalls, El agente de CIPOL, Los Beverly ricos, Yo quiero a Lucy, El show de Dick Van Dyke, Los locos Addams y tantas otras series tan recordadas, tan populares y tan aceptadas por todos durante tantos años NO son series de culto, son series populares, exitosas y consagradas.
Las viejas series de culto son otra cosa. Son raras, polémicas, singulares, especiales, tienen algo que las demás no tienen. Veamos algunas…
El prisionero (The prisoner), serie inglesa emitida entre fines de 1967 y principios de 1968, producida por ITV, entregó sólo 17 episodios. El protagonista, al que se lo conoce como “Nº 6”, aparentemente un ex-agente secreto británico, es secuestrado y enviado a un pueblo aislado llamado La Villa y es retenido allí. El responsable de su secuestro es un tal “Nº1”; “Nº6” intenta escapar (sin éxito) y desenmascarar a “Nº1”, y todo esto se desarrolla en el ámbito de un futuro distópico no determinado. Críptica, ambigua e interesante, esta serie fue pionera de producciones con ese toque bizarro e intrigante de las series de la ITV. Patrice McGoohan era el actor y guionista de la serie, que fue ganando cada vez más adeptos… después de dejar de emitirse.
El mago (The magician, 1973-1974, 21 episodios). Anthony Blake (interpretado por Bill Bixby) era un mago millonario que usaba su talentos como ilusionista y escapista para ayudar a la gente en problemas. Su motivación de justiciero estaba relacionada con el hecho de en el pasado había sido encarcelado injustamente, acusado de espionaje. La serie era innovadora ya que un mago nunca había sido protagonista de una serie, pero no tuvo mucho éxito.
Perdidos en el espacio (Lost in Space, 1965-1968, 84 episodios), emitida por CBS, fue la primera serie en la cual la trama se centraba en aventuras por el espacio, otros planetas y rincones alejados del universo. La nave de la familia Robinson (el apellido elegido no es casual, si nos atenemos a la literatura clásica), al mando del doctor John Robinson (Guy Williams, que por entonces ya había hecho “El zorro” con gran éxito para Disney Studios) viajaba errante por el espacio sin poder regresar a la Tierra, con robot incluido (B9, su nombre) y teniendo que soportar al malvado doctor Smith (Jonathan Harris). El año siguiente apareció Viaje a las estrellas (Star Trek, 1966-1969, 80 episodios), de una productora independiente que se la vendió a la NBC, con el capitán Kirk y el señor Spock (William Shatner y Leonard Nimoy) transformados en los infaltables de la serie (hasta hay muñequitos de sus personajes aún hoy en día). Estas dos series de culto hoy resultan casi ridículas por sus escenografías, sus diálogos, su vestuario, pero siguen siendo atrayentes para su público.
Dimensión desconocida (The twilight zone, 1959-1964, 156 episodios, de la CBS). Esta fue la primera serie en la que se trataban diversas situaciones paranormales, misterios no resueltos, enigmas y ciencia ficción. Sus capítulos no estaban relacionados entre sí, trataban temas diferentes, no había una continuidad. En competencia con ella apareció casi simultáneamente Un paso al más allá (One step beyond, 1959-1961, 97 episodios, de la ABC), con una estructura muy similar, aunque con menos éxito que la anterior. La estructura dramática que enmarcaba los enigmas que se mostraban era el gancho de estas series, que se recuerdan aún hoy.
El túnel del tiempo (The time tunnel, 1966-1967, 30 episodios) fue la primera serie en incluir en su trama los viajes en el tiempo. Tony y Douglas (James Darren –siempre con polera– y Robert Colbert –siempre de traje–) viajaban desde la isla del Diablo con Dreyfuss confinado hasta pleno combate entre comanches y soldados norteamericanos, siempre en peligro, siempre involucrándose en los conflictos de cada época. Eso sí: nunca podían volver a casa, en el tiempo presente. Los que movían los botones de los reactores y maquinarias en el centro de operaciones los veían en imágenes generadas en el túnel (vaya a saber qué cámara los filmaba) pero siempre perdían la imagen y la incertidumbre sobre los dos viajeros era permanente. La serie no tuvo éxito en EEUU pero sí en Latinoamérica, y sus episodios se siguieron repitiendo durante muchos años.
Petrocelli (1974-1976, 44 episodios) fue una serie que pasó sin mucha gloria en la que Tony Petrocelli (Barry Newman), un abogado humanista (curiosa mezcla), decide irse a vivir y a trabajar a un puebo alejado del sudoeste norteamericano, en el que (por suerte para él) también había suficientes tropelías y crímenes como para tener trabajo asegurado. Mientras tanto, él mismo se va construyendo su casa en medio del desierto y vive en un remolque con su mujer. Como era un buenazo, cobraba poco y le pagaban como podían, la construcción de su casa no avanzaba; era como que Tony agregaba apenas un par de ladrillos en cada episodio.
Ultraman (1966-1967, 39 episodios). Esta serie japonesa absolutamente bizarra mostraba a un superhéroe gigantesco en un traje supuestamente dorado (la TV era en blanco y negro) que aparecía en el tramo final de cada episodio (duraban media hora) para luchar contra algún monstruo que causaba desastres. Ultraman no hablaba, se ponía en pose, peleaba, lanzaba un par de rayos, ganaba y se iba. Otro superhéroe –en este caso de animación– que pasó casi desapercibido fue El hombre de acero (Tetsujin, 1956-1966, 97 episodios). En esta serie, el dr. Haneda desarrollaba un robot gigante pero su laboratorio fue destruido por una bomba. Una década después, su hijo Shotaro y el dr. Shikashima (amigo de Haneda) reconstruyen el robot, que es “manejado” por el mismo Shotaro, instalado en la cabina ubicada en la cabeza del gigante, que se transforma en un justiciero. Destinada al público infantil y juvenil, esta serie era interesante, pero no tuvo gran éxito porque el gran público prefería a Astroboy, el niño robot con sentimientos construido por el dr. Elephant (o Elefun), que tenía mucha más audiencia.
Otra serie que apuntaba al público juvenil era Eerie, Indiana (1991-1992, 19 episodios), que mostraba las aventuras de Marshall Teller (Omri Katz), un joven cuya familia se muda al pequeño pueblo de Eerie, Indiana, y su amigo Simon Holmes (Justin Shenkarow), una de las pocas personas normales en ese misterioso pueblo en el que las personas eran rarísimas y en el que todo el tiempo ocurrían cosas entre insólitas y misteriosas. En Eerie, Elvis es un vecino más, Bigfoot escarba en la basura, los perros quieren sublevarse contra los humanos, una mujer hace que sus hijos gemelos duerman dentro de recipientes tupperware para que nunca envejezcan, etc. Marshall y su amigo Simon se dedican a resolver misterios y a recopilar pruebas que puedan servirles como evidencia para demostrar que Eerie es un pueblo donde la actividad paranormal es lo común. Muy original y divertida.
Los vengadores (The Avengers, 1961-1969, 161 episodios). Esta serie británica puede ser considerada una serie de culto a pesar de que también fue popular y exitosa. Fue una de las primeras en presentar una pareja-despareja: John Steed (Patrick McNee), el prototipo del gentleman inglés, con su paraguas, su bombín, su traje impecable y sus modales formales, y Emma Peel (Diana Rigg), una atractiva mujer de onda psicodélica, pantalones ajustados, deshinibida y experta en artes marciales. El trato entre ellos era sutil, exquisito y formal: él la llamaba “sra. Peel” y ella lo llamaba por el apellido. Se enfrentaban a enemigos raros, ocultos, bizarros, crueles, todo bastante extraño. Todos esos elementos le daban a la serie un tono oscuro y misterioso no exento de humor que realmente enganchaba.
Otra curiosa pareja era la de Dos tipos audaces (The persuaders, 1971-1972, 24 episodios), serie británica en la que Lord Brett Sinclair (Roger Moore) y Danny Wilde (Tony Curtis) eran dos playboys millonarios y maduros que recorrían Europa buscando acción, mujeres y meter sus narices donde pudieran. Brett era un aristócrata de cuna de oro, siempre vestía formalmente y era sereno y pausado; Danny venía de criarse en la calle y el fango en EEUU, se había hecho millonario con el petróleo y era impulsivo, atlético y se divertía provocando a Brett, a quien llamaba “príncipe”. La serie no era muy buena y no duró mucho, pero el carisma de la dupla superaba los flojos argumentos. La atracción eran ellos, digamos.
Yo, Claudio (1976-1977, 13 episodios) fue una miniserie británica ambientada en Roma (Claudio era emperador del Imperio Romano) en la que las intrigas argumentales eran muy interesantes y la actuación de Derek Jacobi era extraordinaria. Tenía un público acotado pero aún quienes no la vieron sabían de su existencia y de su trama.
Daktari (1966-1969, 89 episodios) fue la primera en la que la acción transcurría en África; la selva y los animales eran tan protagonistas como el mismo Daktari (que significa médico en suajili, interpretado por Marshall Thompson) y su hija Paula (Cheryl Miller), que junto a Jack y Mike se dedicaban a curar animales. La mona Judy y Clarence, el león bizco, eran tan protagonistas como ellos. Pura aventura.
Patrulla juvenil (Mod squad, 1968-1973, 123 episodios). En esta serie se trataban problemáticas como la drogadicción, el abandono, la pobreza, la violencia familiar, temas que no eran tan frecuentes en las series de aquella época. Pete, Julie y Linc (Michael Cole, Peggy Lipton y Clarence Williams III) formaban un trío de policías (de civil, nada de uniforme) “especiales” que se involucraban en ese tipo de asuntos. La serie tenía más drama que acción y era interesante.
Archivo confidencial (The Rockford files, 1974-1980, 74 episodios). Jim Rockford (James Garner) era un antiguo estafador que, luego de cumplir una injusta condena (lo agarraron por algo que justo justo no había hecho) se hizo investigador privado. Su oficina estaba en una casa rodante, cobraba 200 dólares por día y sacaba de la galera recursos para investigar, engañar y averiguar cosas casi sin mancharse las manos. Poca acción pero muchas triquiñuelas originales para la época.
Kojak (1973-1978, 117 episodios). Esta serie está en el límite de lo que puede considerarse de culto, porque fue muy exitosa en su momento. Qué la hace “de culto”: que era más oscura y realista que las demás series de policías y detectives, que no había espectacularidad, persecuciones ni grandes peleas a trompadas, que muchas veces no tenía final feliz, que el protagonista (Theo Kojak, interpretado por Telly Savalas) era griego, pelado, feo, no era atlético, no peleaba, usaba sobretodo y sombrero, le faltaban un par de falanges de un dedo y comía chupetines bolita todo el tiempo, y que los personajes secundarios (Stavros, Crocker y el capitán McNeil) eran muy buenos.
Los campeones (The champions o Los invencibles de Nemesis, 1968-1969, 30 episodios). En esta serie británica, tres agentes secretos (Craig, Sharon y Richard) de Nemesis, una agencia suiza de espionaje durante la Guerra Fría, son descubiertos mientras investigan experimentos potencialmente letales en la China comunista; escapan en su avión, pero este se estrella en una remota zona del Himalaya, donde son rescatados por miembros de una civilización desconocida. Estos “sanadores” les otorgan poderes especiales (telepatía, fuerza superior, memoria extraordinaria, visualización extrasensorial, etc.). A partir de ahí desarrollan una conexión telepática entre sí y utilizan sus poderes para resolver los casos más diversos. La serie era rara, bizarra y tenía una estética diferente. Stuart Damon, Alexandra Bastedo y William Gaunt no eran actores muy expresivos, pero sus poderes puestos en acción sin estridencia alguna eran la atracción de la serie.
Los profesionales (The professionals –CI5–, 1977-1983, 57 episodios). Un escuadrón de dos con un jefe (Bodie, Doyle y el jefe Cowley) que trabajan para la CI5 (una alusión más que directa al MI5 británico) y están dispuestos a todo para mantener el statu quo necesario (la ley, el orden público y todas esas cosas). Bodie más impetuoso, Doyle más sensible, pero ambos audaces y sin problemas en fajarse o enfrentarse con quien sea. Esta serie era buena, tenía una violencia “natural” y no tan coreografiada y solía emitirse a las 23hs (que por entonces era casi una trasnoche, ya que después se acababa la transmisión) para que no la vieran los chicos.
Jim West (Wild wild west, 1965-1969, 104 episodios) era una serie muy divertida en la que Jim West (Robert Conrad) y su amigo Artemio Gordon (Ross Martin), agentes del gobierno en la época inmediatamente posterior a la guerra de Secesión, recorrían el oeste en su tren privado. West escondía un mini-revólver en la manga y Gordon era experto en disfraces, cartas y magia. Sus enemigos eran bizarros, tenebrosos y graciosos: el villano más terrible era un enano llamado Miguelito Loveless –interpretado por Michael Dunn–. El humor era permanente y había muchas situaciones hilarantes.
En Dos contra el mundo (Bearcats, 1971, 14 episodios) otra pareja extraña recorría el sudoeste norteamericano, en este caso en auto (un hermoso Bearcat). Hank y Johnny (Rod Taylor y el platinado Dennis Cole), sin mucho que hacer, se metían en líos a cada rato. El auto era un objeto de distinción para la época (la acción transcurría en 1914) y le daba cierto interés a la serie, cuyo argumento no era nada del otro mundo.
Finalmente, no puede dejar de mencionarse una serie que, aún siendo muy exitosa y consagrada, debe considerarse “de culto”: M.A.S.H. (1972-1983, 251 episodios). Quizá la primera serie de humor negro y cáustico, no se privaba de hacer chistes con la guerra, la muerte, las desgracias y de encontrar de qué reirse a costa de lo que fuera. M.A.S.H. (Mobile Army Surgical Hospital –Hospital Móvil Quirúrgico del Ejército–) mostraba, en el ámbito de la guerra de Corea, las aventuras de un grupo de médicos militares que atendían a los soldados heridos en el hospital de campaña detrás de la línea del frente de combate. El Dr. Pierce (Ojo de Halcón –Alan Alda–) y el Dr McIntyre (Trampero John –Wayne Rogers–) son los jefes del grupo en el que también participan enfermeras, ayudantes y soldados. Las situaciones que se presentaban eran variadas: paralelamente al trabajo médico, hacían negocios con objetos deseados en la guerra como cigarrillos, bebidas alcohólicas o chocolates, tenían permanentes encuentros cercanos con las enfermeras, jugaban partidos de fútbol americano contra otros campamentos, se burlaban de oficiales al mando, en fin, había de todo y todo era sarcásticamente divertido. Esta serie es una verdadera joya que ha trascendido las épocas.
At last but not least, dos series argentinas de culto: El hombre que volvió de la muerte (1969, 13 episodios). Esta miniserie cuenta la historia de Elmer Van Hess (Narciso Ibáñez Menta), un hombre común que es detenido por acusaciones falsas cuando está a punto de casarse, con la intención de sacarlo del medio y quedarse con su mujer. El pobre hombre es condenado a muerte y decide vender su cadáver para que le entreguen el dinero a su familia. Quien compra su cuerpo es un científico (el doctor Mortensen) quien logra devolverlo a vida mediante el reemplazo de sus órganos por unos artificiales. Lo convierte así en una especie de ser indestructible y con una inteligencia superior. Van Hess provoca un incendio para escapar del laboratorio, su cara se quema, viaja muy lejos, se hace unas máscaras que parecen hechas de piel real y vuelve a su ciudad con un ayudante ciego y sabio para vengarse uno por uno de todos quienes le hicieron tanto daño, usando distintas caracterizaciones y máscaras para cada una de sus víctimas. Las reminiscencias a “El conde de Montecristo” –la historia de venganza por excelencia– son indisimulables, empezando por el nombre (Elmer Van Hess y Edmon Dantés son muy parecidos en su fonética) y por el argumento en casi toda su extensión. La serie fue una verdadera joya de la cual se hizo una remake en 2007, en la que se introdujeron algunos cambios en la trama.
El pulpo negro (1985, 13 episodios). También creada e interpretada por Narciso Ibáñez Menta, su argumento giraba en torno a Arturo Leblanc (Narciso Ibáñez Menta), un escritor que contrata a cuatro personas de turbios antecedentes y les propone matar a personas con las que no tenían relación alguna, como modo de probar su tesis del crimen perfecto. Luego de cada asesinato, los asesinos debían dejar en la escena del crimen un pequeño pulpo negro de goma, como para dar a entender que los crímenes tenían algún patrón común, aunque este fuera indescifrable.
Seguramente haya muchas otras “viejas series de culto”, pero… ¿Quién puede negar que estas lo son?