La amimia y el morbo Real de la inexpresividad reproducida

Her Majesty is a pretty nice girl / But she doesn’t have a lot to say / Her Majesty is a pretty nice girl / But she changes from day to day / I wanna tell her that I love her a lot / But I gotta get a belly full of wine / Her Majesty is a pretty nice girl / Someday I’m gonna make her mine, oh yeah / Someday I’m gonna make her mine[1], cantaban los Beatles. ¿Qué habrá sentido la -recientemente- difunta reina inglesa cuando escuchó esa canción por primera vez? – ¿Habrá pedido el disco o se lo habrán llevado directamente antes de que lo pidiera y de que tuviera(n) que deliberar cómo reaccionar ante la prensa y su sensacionalismo amarillista? -. Nada causa más morbo que la intimidad de la realeza y, particularmente, la de la última monarca del Reino Unido.

Vivió casi todo el siglo XX y dos décadas del XXI siendo siempre un personaje protagónico a nivel mundial. Para todes la monarquía europea entera lleva su cara. Lo más particular del asunto es que esa cara, además de haber sido la más reproducida -ella fue prócer antes de morir, la imagen de la moneda de un imperio al que sobrellevó por designio divino y caprichos oxitocínicos de su tío-, fue una de las más inexpresivas de la historia contemporánea. Siguen imprimiendo sobre libras esterlinas ese mismo gesto que sostuvo públicamente hasta el final de sus majestuosos días; esa suerte de serena seriedad, esa sonrisa que no es sonrisa pero que guarda algo de parecido… -La Gioconda inglesa-. Miles de estampas en su honor sobre soportes de lo más variopintos -hay hasta alfileres con su cara- se producen, venden, compran y regalan a diario; y en todas ese mismo gesto que dice y no dice nada… -Como de entregada a la buena de Dios, al destino (ese mismo que la coronó), como de voluntad domesticada…-. ¿Habrá sido la hipomimia la máscara[2] ante el incordio de haber sido sin haberlo pedido, el placebo ante el peso de su coronada existencia?

Antes de que el concepto cultural occidental que se entiende como “Dios” hubiera sido establecido, el de “monarca” ya existía -y en India desde el 2300 AC ya se excusaba con la idea de “karma”-. Eso que los hace distintos de nosotres -la plebe somos todes- existía antes del designio divino. -Fueron Señores en la tierra antes de que Dios hubiese llegado a ser el Señor del cielo-. Isabel II encarnó el mito real del peso del destino y sin hacer gestos. Piedras preciosas sobre su cabeza, su cuello y sus muñecas, kilates facetados a sangre de violentas conquistas heredadas y siempre la misma (no)expresión de hierática humanidad. – ¿Amimia y bradicinesia? –. On Duty, she was always on duty… (en servicio, ella estaba siempre de servicio)¿Cómo será el sometimiento al deber bajo el nimbo de los diamantes? ¿Será que el yugo de la existencia y los devenires egóticos del horror vacui son (aristotélicamente hablando) substanciales al ser y transversales a todo accidente? -. Elizabeth Alexandra Mary parecía convivir armoniosamente con la coyunda que le fue propia -destinada-; fuese cual fuese la vicisitud ella siempre mantenía la forma, la (in)expresión cordial y beneplácita que la caracterizó a lo largo de su (La) historia. -Su historia fue parte de la Historia-.

¿Cómo habrá sido su gesto cuando de una constipación se liberaba? Es ahí donde radica el intríngulis: en los detalles de su íntima intimidad -esa “transtode” (transclase, transidentidad, sexo, nacionalidad, etc.) que humaniza hasta a la Victoria de Samotracia, que la vuelve cuerpo finito en continuo proceso de oxidación-. El morbo que la realeza produce radica en la necesidad de “mamiferización[3]” y de “espejización[4]” -suponiendo que esos términos existiesen…-, pero solo la muerte[5] concreta ese plebeyo menester. Esa expresión de sonrisa pálida sobre su coronado rostro fue la que la mantuvo en esa aurática atmósfera ensortijada que la caracterizó. La fantasmagórica emocionalidad detrás de ese gesto prudentemente ameno -pero de tan repetido inepto de imbuir emoción alguna-, la falta de denuedo, de visceralidad, fue el tuétano del morbo sobre la novel noble difunta. La supremacía del decoro -en ambos sentidos- es deshumanizadora, y ella lo(s) encarnaba. La contracturada mesura de eso denominado “políticamente correcto” -ese fascismo de moda- produjo la imagen que la seguirá retratando por los siglos de los siglos, esos gestos que la caracterizaban y que serán más que el tiempo, y que seguirán produciendo ese morbo -tan ubérrimamente vasallo- que la última monarca inglesa fallecida (la segunda, después de su tatarabuela, la reina Victoria, en haber reinado como viuda, tras la muerte de su consorte el 9 de abril del 2021) supo atizar. Como si la falta de gestualidad, de espontaneidad, de vehemencia, de pasionalidad -otra vez: ¿amimia y bradicinesia? -, fueran la que le hubieran otorgado el derecho divino al trono del morbo plebeyo-.

¿Cuál habrá sido su último gesto? ¿Habrá alguien vivenciado junto a ella el compás de su última respiración? En esta era en la cual la intimidad es una ficción tecnoparasitariamente autoguionada, puede que Isabel II haya tenido -también- el majestuoso privilegio de haberla podido experimentar en el más auténtico de los sentidos, puede que su último suspiro haya sido la materialización del esplendor real de lo más aurático de la intimidad… Nunca lo sabremos, siempre será una insignificante pregunta sin respuesta. -Solo la libre especulación y Netflix podrán suministrarnos algún tipo de placebo-. La hipomimia fue su máscara, el permiso a la imprecación su dentera y la parsimonia su ousía; pero puede que, además, quizás tal vez, la intimidad haya sido su último y más digno privilegio, gracias al cual fue solamente ella la actriz y espectadora omnisciente del gesto que su rostro produjo durante su postrer aliento.  Her Majesty was a pretty nice girl / But she doesn’t have a lot to say more / Because she is dead and that’s all folks. Queen saves the God.


[1]Her Majesty” es una canción de la banda británica de rock, The Beatles, escrita por Paul McCartney (pero acreditada como Lennon/McCartney) que aparece en el álbum “Abbey Road”. Es el tema final del álbum y la canción más corta en duración de todo el catálogo de The Beatles. También es considerada como uno de los primeros ejemplos de “tema oculto” de la música rock ya que no aparecía listada en las primeras ediciones del LP de “Abbey Road”. La canción fue grabada en tres tomas, el 2 de julio de 1969.

Traducción: Su Majestad es una chica muy agradable / Pero no tiene mucho que decir / Su Majestad es una chica muy agradable / Pero ella cambia día a día / Quiero decirle que la amo mucho / Pero tengo que conseguir una barriga llena de vino / Su Majestad es una chica muy agradable / Algún día la haré mía, oh sí / Algún día la haré mía

[2] “La máscara evidencia lo que oculta”. Claude Lévi-Strauss.

[3] Volver a alguien animal.

[4] Espejarse en alguien.

[5] “La muerte ennoblece, viste de desconocidas galas al pobre cuerpo absurdo. Es que allí hay un ser libre, aunque sin haberlo querido. […] Es allí donde todo monarca deja de ser superior al resto de los mortales […] y todos pueden ser deformes, todos superiores, porque la muerte los hizo libres”. Fernando Pessoa.

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