MARY TOOD LINCOLN: La locura de la primera dama

Mary Todd Lincoln (1818-1882) pertenecía a una distinguida familia de Kentucky; su padre era de ascendencia irlandesa, abogado, banquero, hombre de negocios y político de solida situación económica que, en esa época y en esa parte del país, implicaba la posesión de esclavos. Pertenecer a una familia sureña y esclavista, con un hermano que era cirujano en el ejército confederado y cuñados que pelearon por la causa de la secesión, no fue fácil para Mary en su papel de primera dama, casada desde 1842 con quien seria el paladín del abolicionismo.

Al parecer Abraham había tenido dudas antes de contraer enlace con esta joven inteligente, educada, de gustos refinados y con una propensión a convertirse en el centro de las reuniones a la que asistía.

En su función de abogado de distrito, Lincoln solía ausentarse por semanas o meses de su casa de Springfield. Muchos dirán que era por el cumplimiento de sus deberes y su carrera política, mientras otros sostienen, maliciosamente, que era para mantenerse alejado de su esposa…

De todas formas, Mary apoyó la carrera de su marido y trató de asistirlo desde su lugar de primera dama, donde recogió muchas críticas por los gastos excesivos que hizo para decorar la Casa Blanca, por sus modales pretenciosos y rivalidades que creó en una época donde se vivía en un clima de intrigas.

Los gastos exagerados, que incluían costosas joyas (que debió devolver por falta de pago), irritaban al presidente, hombre recatado, medido y austero. En más de una ocasión Abraham y Mary se pelearon por los frecuentes ataques de la prensa que consideraba a esta tendencia dispendiosa, en plena guerra civil, como un acto innecesario de exhibicionismo.

Al parecer estos conflictos no intimidaban a Mary, quien continuaba con sus tareas de primera dama, visitando enfermos, presidiendo reuniones de caridad y bailes benéficos, aunque sus frecuentes migrañas la postraban por días. Estas se hicieron más frecuentes después de un trauma craneano que sufrió estando en Washington.

En este periodo sufrió las dos pérdidas que descompensaron la frágil compostura de Mary: la de su hijo Will de once años, muerto de fiebre tifoidea, y la de su marido a manos del actor sureño John Wilkes Booth.

Mientras Lincoln agonizaba, su llanto fue tan desconsolado que recomendaron se alejara del reciento donde esperaban el desenlace final. Mary quedó postrada y no pudo asistir al entierro de su marido. Recibió miles de cartas de condolencia, pero apenas contestó la que enviaba la reina Victoria quien había perdido al príncipe Alberto cuatro años antes. “Usted es la única que puede entender mi intenso dolor”.

En su condición de viuda volvió a Illinois y de allí se fue a vivir a Chicago con sus hijos.

En 1871 sufrió otra pérdida irremediable, la de su hijo Thomas que terminó de sumirla en un estado depresivo con una serie de extrañas conductas que llamaron la atención de su único hijo supérstite, Robert Lincoln, por entonces un conocido abogado en Chicago que estaba comenzando su carrera política.

En 1875 Mary interrumpió un viaje por Florida intempestivamente porque “percibió” que Robert sufría una grave enfermedad. Volvió a Chicago para encontrarlo en perfecto estado de salud. En otra oportunidad, Mary manifestó que “un judío errante” había intentado asesinarla. A todo esto, continuaba con su extravagante ritmo de gastos y no era raro que saliese a la calle con enormes sumas de dinero, aunque eso no evitaba que tuviese un miedo irracional a la pobreza.

Frecuentaba a un fotógrafo “espiritista” que le hizo un retrato donde se la podía ver a Mary con la “presencia plasmática” de su marido (un truco que entonces hacían por doble exposición en la placa fotográfica). De esta forma quería estar con los seres queridos que había perdido .

Debido a estas conductas erráticas, su hijo la declaró insana y después de un juicio logró internarla en un asilo para pacientes mentales en Batavia, Illinois, donde fue tratada con toda amabilidad. Allí intentó suicidarse con láudano, pero fracasó. Mary aprovechó sus antiguas conexiones para amenazar a su hijo con hacer un reclamo legal porque, según Mary, él solo “quería controlar su fortuna”. A las puertas de un nuevo escandalo, Robert decidió que su madre había mejorado “notablemente” de su afección psiquiátrica y permitió que Mary fuese a vivir con una hermana en Springfield. Madre e hijo no se volvieron a ver hasta poco antes de la muerte de Mary.

Un comentario sobre Robert quien, como ya dijimos, había comenzado una prometedora carrera política. Le tocó acompañar a su padre en su lecho de muerte y también fue testigo del asesinato del presidente James Garfiled. Por ultimo, estaba cerca del primer magistrado, William McKinley, cuando éste recibió un disparo de Leon Czolgosz en 1901.

“Hay cierta fatalidad en las funciones presidenciales cuando estoy presente”, se limitó a decir Robert sobre este curioso presentismo en atentados magnicidas.

Mary viajó extensamente por Europa, pero las cataratas redujeron su capacidad visual, causa de frecuentes caídas. Esta limitación no fue un impedimento para solicitar un aumento de su ya significativa pensión, al presidente Garfield. Su moción creó una disputa mediática ya que su fama de gastadora compulsiva creó cierto recelo entre los legisladores. Finalmente, este aumento le fue concedido. Mary falleció en 1882 (un 15 de julio exactamente, fecha de muerte de uno de sus hijos).

¿Cuál era el trastorno que afectó las conductas de Mary a punto tal de ser recluida en una institución psiquiátrica? Algunos especialistas hablan de un cuadro maníaco depresivo, afección que explicaría los altos y bajos en su humor y esa tendencia maniaca que la empujaba a gastos exorbitantes. Es decir la primera dama era una bipolar.

Otros sostienen que su conducta podría explicarse por sufrir una anemia perniciosa (falta de vitamina B12) responsable de ocasionar trastornos neurológicos, irritabilidad, olvidos, demencia y hasta un cuadro maníaco depresivo.

Fuera por una u otra razón, Mary Todd fue la más incomprendida y criticada de las primeras damas a pesar de estar casada con uno de los presidentes más homenajeados de ese país.

“Las nubes y la oscuridad nos rodean, pero el cielo es justo y el día del triunfo sin duda vendrá, cuando la reivindique la justicia y la verdad”, dijo Mary en plena guerra civil, aunque esta frase no puede aplicarse a su persona, aún inmersa en esta discusión histórica.

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